Restringido

Los tontos inútiles

La Razón
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Hace furor en Internet. Hace una semana, después reconocer en la morgue el cadáver de su esposa Helene, uno de los 89 inocentes asesinados en la sala Bataclan, el periodista Antoine Leiris subió el mensaje a Facebook: «Robasteis la vida del amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no tendréis mi odio». El mensaje de Leiris a los yihadistas ha dado la vuelta al mundo y ha hecho que multitud de medios de comunicación se deshagan en alabanzas, afirmando que sirve de bálsamo a una sociedad traumatizada por la tragedia.

A mí no. A mí me desasosiega, me turba y me alarma, como me desazonaba y hasta dolía hace 35 años, cuando comenzaba en esta profesión y ni queríamos ver a las víctimas de ETA, que las raras veces que se acercaba un micrófono a los parientes de los asesinados, muchos de estos, obligados por una difusa presión social, musitaban llorosos que daban por buena la muerte de su hijo, su padre o su hermano si era la última. Yo no perdonaría jamás al asesino de mi hijo y odiaría hasta la muerte al homicida de mi mujer o de cualquiera de mis seres queridos. Quedas muy lucido si afirmas con cara de santón que la paz es innegociable y reclamas diálogo y análisis en lugar de venganza, que es el término con el que Manuela Carmena, Pablo Iglesias, Alberto Garzón y algunos periodistas se refieren a menudo a la justicia. Cuando aparezca el facineroso del Kalashnikov y empiece a liquidar a gente en el cine, la escuela o el supermercado, quizá pida a las víctimas que reciten un versículo del Corán, pero no les preguntará si son de izquierdas o de derechas. Matará sin prejuicio y sin piedad, llevándose por delante también a los tontos inútiles. No son tiempos de chapotear en las aguas tibias del buenismo. Uno se puede sentir reconfortado clamando contra la guerra, alertando sobre la vigilancia policial y denunciando que Occidente tiene responsabilidad en la creación del monstruo.

Es innegable que intervenciones militares atolondradas, sin objetivo, plazo y plan de salida claro, como la de Irak, así como el respaldo a las mal llamadas primaveras árabes rompieron el tiránico equilibrio en varios países musulmanes, eliminando a sátrapas que hubieran frenado en seco a los fanáticos de Alá combatiendo el terror con más terror, como era su costumbre.

Es paradójico que la progresía eche en cara a los gobernantes occidentales que no siguieran respaldando sin matices a los torturadores.