José María Marco
Los usos del populismo
El populismo ha irrumpido en la vida política de nuestro país con tanta fuerza que parece nuevo. No lo es, sin embargo, y en estos casi cuarenta años de democracia hemos conocido grandes oleadas de populismo y algunas figuras populistas de no menores proporciones. Entre estos últimos están Felipe González y su compañero Alfonso Guerra, espejo de sectarismo, demagogia y populismo, que acaba de ser despedido en el Congreso con una ovación unánime a la que él mismo no se habría sumado nunca, de ir dirigida a los que él considera sus enemigos, enemigos personales.
Otra gran línea populista es la practicada en las comunidades autónomas, que se prestan muy bien a ello por la especial estructura de financiación de que disfrutan. Cantabria, Valencia, Galicia o La Mancha han padecido el saqueo de políticas y políticos populistas durante muchos años. Hoy en día, Extremadura y Andalucía siguen en el mismo punto: Monago y Susana Díaz son populistas de los de libro. Los nacionalistas respiran populismo, sin una sola variable que permita siquiera matizar un poco el término. El nacionalismo, esa mística política hecha de rencor y caudillismo, no hace más que reforzar su natural tendencia. Madrid tuvo de alcalde a Tierno Galván, un profesor que jugó con especial cinismo la carta populista, y luego, en la Comunidad, a Esperanza Aguirre, que rizó el rizo –anglosajón, e incluso un poco yanqui–, al envolver su populismo en propuestas de tono liberal.
El populismo es una forma de hacer política bien conocida, estudiada y, por supuesto, ligada a la democracia. La democracia engendra corrupción, porque reparte el poder, y llama al populismo al colocar a la opinión pública y a la mayoría –el «pueblo»– en el centro de la toma de decisiones. Así lo ha comprendido Esperanza Aguirre, que ha organizado un auténtico circo populista, entre Top Chef, Gran Hermano y las purgas estalinistas, para la nominación (llamémosla así) de una nueva alcaldesa en Collado Villalba. Ocurre que el populismo debe ser manejado con cuidado. Es fácil que se vaya de las manos y revele mucho más de lo que debiera: que en buena medida es una manipulación destinada a adelantar los intereses de quien lo promueve. Esperanza Aguirre tiene razón al indicar que una cierta dosis de populismo vendría bien al Partido Popular. Hay que hablar más claro, hay que dirigirse a la opinión pública, hay que arriesgarse a involucrar a los españoles –como españoles– en la decisión política. Lo están esperando. Calibrar la dosis también resulta imprescindible.
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