Luis Suárez

Magos de Oriente

Para un historiador el tema de los magos de Oriente, que solo el Evangelio de Mateo, en su capítulo 2, menciona, se presenta con numerosas incógnitas y también con una especial significación. Escritos posteriores a los que llamamos apócrifos porque no existe absoluta certeza en sus contenidos, han añadido detalles a los que se han sumado después leyendas hasta convertir la fiesta en algo semejante a las operaciones carnavalescas. Conviene que los cristianos y los que se alejan de la fe conozcan bien lo que este importante episodio significa. Mago es una palabra que se aplica en los más variados sentidos. Pero en el texto evangélico se refiere a aquellos astrólogos con fuertes conocimientos astronómicos que abundaban en Mesopotamia y Persia, es decir, Oriente desde la perspectiva de Israel.

Un grupo de estos magos contempló un fenómeno sideral que interpretó como anuncio de algo que iba a cambiar el mundo. Kepler, en el siglo XVII lo explicaba como una especie de encuentre entre tirano, Saturno y Neptuno, que se produce en ciertas ocasiones provocando lo que los astrónomos hoy llaman estrella nova. Recientemente se han descubierto documentos chinos que parecen confirmar que un fenómeno de este tipo se produjo en torno al año 4 antes de nuestra Era. Sin que esto signifique confirmación alguna otorga cierto argumento de prueba en torno al fenómeno. Los magos que emprendieron viaje a Jerusalem no sabemos cuantos eran ni tampoco sus nombres; son supuestos muy posteriores los que les califican de reyes para explicar su importancia.

Lo que el evangelista señala en primer término es que estaban convencidos de que un cambio decisivo había comenzado ya y que necesitaban comprobarlo de alguna manera buscando al niño que había nacido y de quien tantas cosas dependían. Estamos en un momento anterior al 750 de la fundación de Roma, pues Herodes aún no se había retirado de Jerusalem en razón de su enfermedad. Herodes no era judío sino idumeo, árabe, y era una especie de instrumento al que recurrieran César y Marco Antonio para asegurar las puertas de Oriente. Ilegítimo a los ojos de los judíos se dejaba dominar por el pánico. Casado con Mariamme para buscar alguna clase de legitimidad termino asesinando a su esposa y a los hijos de esta, pues temía que reclamaran los derechos contra él. Entra dentro de la lógica política que, al tener noticia de lo que venían procurando los magos, respondiese tomando medidas muy drásticas para defender su poder.

Sin duda había transcurrido cierto tiempo desde el Nacimiento que hoy se sitúa en el año 6 antes de nuestra Era como más probable.

Así se explica que, de acuerdo siempre con la noticia de San Mateo, se fijara la edad de dos años para quienes iban a ser víctimas de la represión. Por otra parte el evangelista nos dice que los magos no encontraron al Niño en un pesebre, como ahora se repite con frecuencia, sino en una casa y estaba con su Madre. No menciona la presencia de San José. Todo ello nos permite entrar en la lógica con que procede el evangelista.

Y a continuación vienen las ofrendas: el oro significa el poder del rey, el incienso es el homenaje que se rinde a la divinidad y la mirra el instrumento balsámico que acompaña a los muertos. Debemos recordar que Nicodemo y Arimatea utilizaron mirra para limpiar el cuerpo descendido de la Cruz. De modo que el episodio que se cierra con el retorno de los magos al silencio de su vida, ha sido transmitido por el Evangelio acorde con circunstancias reales. Se puede discutir o rechazar esta noticia pero no envolverla en los aditivos pintorescos que con el tiempo se fueron agregando.

Tras el relato narrativo hay un mensaje que se inserta en la raíz misma del cristianismo. El niño nacido en Betlehem –que no es la menor de las ciudades de Israel como dirían sacerdotes y escribas usando de Samuel y de Isaías– no limitaba su presencia al judaismo, piedra de elección y fundamento esencial sino que la extendía a los pueblos que se hallaban fuera del ecumene. Una lección que no debe ser olvidada: el cristianismo no se refiere a etnias concretas sino que abarca a la Humanidad. Al conmemorar un año más esta fiesta, apartando la mirada de las representaciones teatrales, es conveniente recordar este punto esencial de la Historia: las enseñanzas profundas de que el cristianismo es portavoz no hacen distingos: todas las personas humanas forman un conjunto y sobre él se edifica el orden moral. Cuando este se abandona las consecuencias son siempre negativas. Y no son precisas acciones concretas: la Naturaleza está preparada para dar la respuesta de los errores que se cometen. He ahí la más profunda lección de la Historia. Todo ello forma parte de una conciencia a la que es imprescindible retornar en estos momentos en que Europa se encuentra en crisis. Más allá del amor a los niños que las cabalgatas recuerdan, se encuentra el mensaje profundo de que los valores éticos de la cristiandad, que forma el núcleo esencial de esa cultura europea, no reconocen fronteras, ni diferencias étnicas sino que afectan a la persona humana. Tenemos que volver al tema que plantearon en 1947 los tres padres de la europeidad, Adenauer, Schumann y De Gasperi. Europa no es simplemente un mercado sino algo más profundo, y aunque me repita en expresiones que he empleado anterior mente, nunca me cansaré de decirlo. Consiste sobre todo en el retorno a la doctrina que nos enseña el valor de la persona humana. Nuestros políticos, demasiado preocupados por la conservación o conquista del poder, deberían modificar los ejes de su conducta. Si no somos capaces de dar forma al mensaje de Reyes restableciendo en sus tres dimensiones la persona humana, será imposible escapar de la crisis, que priva a un elevado número de personas, de ese bien imprescindible que significa el empleo. No se trata solo de adquirir un salario sino de dar pleno sentido a una vida. Las encuestas lo dicen: el paro constituye la angustia para una parte abundante y esencial de la sociedad europea.