Paloma Pedrero
Malos cómicos
Por curiosidad, por no estar tan al margen, el día del debate a cuatro puse la tele y aguanté cincuenta minutos. Lo primero que sentí fue cierta pena por esos cuatro personajes medio jóvenes a los que habían metido, con su beneplácito, en un espacio tan sórdido. Como si se tratara de un malvado director de escena, habían situado a los actores en un escenario sin la impunidad de la luz, sin un buen texto, sin dirección actoral, sin movimientos, sin escenografía y sin objetos. Terrible contexto. Pablo Iglesias desoyendo al tirano se sacó un bolígrafo de la manga y pudo, infeliz, apoyarse en ese pequeño y útil instrumento. Los otros nada. Sus cuerpos sin el vestuario adecuado –con la pobre Soraya subida a unos coturnos casi griegos-. Y esas banquetas atrás por si sufrían un mareo, pensé. Porque a ninguno vi apoyar el trasero ni un segundo. Pena y después aburrimiento. Porque el contenido era pésimo. Cuatro actores al unísono para qué, no había relación, apenas monólogos intercalados. Cómo no les advirtió un alma caritativa que lo principal para convencer es escuchar. Cómo no les dijeron que hay que mirar a los otros para demostrar interés, cómo no les explicaron que para comunicarse con los espectadores hay que mostrar emociones, pensamientos, cuerpo y alma. Salvo los cuerpos presos, nada hubo. Sólo un repetir esos textos aprendidos, falsos y sin poesía. Parlamentos en los que no se expresaba la duda, tan humana, ni el temor. Parlamentos fríos en los que sólo se hablaba de economía. Sin referencias al sentir y al estar de los ciudadanos en el presente. Malos cómicos que ni siquiera nombraron a los cómicos verdaderos. Estos sólo deseaban ganar. Como los niños mal educados.
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