José María Marco

Marías y la España vigente

Hace tres meses, el 14 de junio, se celebró el centenario del nacimiento en Valladolid de Julián Marías. Marías no tuvo una vida fácil. En su juventud, le tocó lo peor del siglo XX y en su madurez tuvo que vivir con las consecuencias de aquella crisis monumental. Afrontó la inquina de la dictadura de Franco con una dignidad admirable, y siguió en la brecha cuando llegó la democracia y sus reflexiones fueron quedando relegadas a los márgenes, como si fueran triviales o carecieran de actualidad. Nunca alzó la voz, ni se dejó llevar por el rencor, la violencia, lo coyuntural o la improvisación.

De Marías queda una prosa limpia, el respeto por el lector y por el adversario, el gusto por la palabra razonada, el ejercicio de la inteligencia en el marco estricto de la educación y el sentido común. Una de las grandes líneas de pensamiento que contribuyeron a que Marías mantuviera esa actitud, a pesar de todas las dificultades, fue la reflexión sobre su país, que sigue siendo el nuestro. Marías venía de momentos muy brillantes: la Universidad donde enseñó Ortega, un periodismo de opinión de extraordinaria calidad literaria. Supo destilar lo bueno de aquella tradición, pero también apartarse de lo que tenía de perjudicial, la arbitrariedad, el capricho, el gusto por lo destemplado.

Entender esta actitud requiere comprender bien lo que significaba su empeño en encuadrar el conjunto de su obra en la obra común española. Para Marías, España no era una entidad ideal, que hubiera que construir o que tuviera un especial sentido metafísico o de carácter. España era para él una construcción histórica de largo alcance, con un sentido específico que no dejaba de evolucionar con el tiempo y que hay que esforzarse por entender racionalmente. Sin duda que hay un ser de España, pero esa identidad no es inmutable ni de orden místico, asequible sólo al pensamiento poético (a lo Unamuno) o a la proclamación dogmática. Y si España ofrece un marco suficiente para intentar entender el mundo entero, es porque la identidad española, en su sentido actual, real, ha demostrado su capacidad de integración de perspectivas muy distintas. A diferencia de Ortega, en Marías el principio nacionalizador de lo español ha hecho su trabajo. No se trata por tanto de volver a fundarlo, en un ejercicio agotador y violento de puesta en cuestión retrospectiva. Se trata de avanzar teniendo en cuenta esa realidad vigente que acaba imponiéndose naturalmente a pesar de lo mucho que se hizo, y se sigue haciendo, para negarla.