María José Navarro

Maroto

El pasado miércoles se celebró el Día del Cuidador para intentar reconocer la labor de esas personas que de manera profesional o como apoyo a la familia se encargan de asistir a los mayores o a los españoles en situación de dependencia. Imagino que alguno de Vds. sabe de primera mano a qué me refiero, bien porque le toca estar a cargo de algún ser querido o porque ha tenido que contratar los servicios de un cuidador. En cualquier caso, no hay más que darse una vuelta por la calle para toparse, por ejemplo, con un anciano con problemas de movilidad y un acompañante que se ocupa de él. En muchísimas ocasiones se trata de inmigrantes que no sólo ayudan físicamente a los dependientes, sino que se convierten en fieles escuderos, en amigos, en confidentes y que a veces tienen que soportar malos humores o los efectos de determinados problemas mentales. Repito, en muchísimas ocasiones se trata de inmigrantes, a los que se nos olvida reconocer la importancia de su trabajo, su paciencia, su sacrificio y su entrega. Se lo quiero recordar especialmente al alcalde de Vitoria, empeñado últimamente en convertir su ciudad en un lugar libre de extranjeros. Don Javier Maroto podría haber optado por hacer de la capital alavesa un sitio libre de humos, de CO2, de ruidos o de tráfico en el casco urbano, pero se ha decantado por esa cosa tan chunga y tan demagoga que es convertir a los inmigrantes en seres humanos abyectos que han dejado su tierra para venir a vivir del cuento. Enhorabuena, porque el mensaje cala y los réditos electorales se incrementan. Otra cosa bien distinta es la conciencia.