Martín Prieto

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La Razón
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Tal como una conjunción de fenómenos meteorológicos conforman una tormenta perfecta, en la deriva del catalanismo secesionista tenían que ensamblarse la Ley de Murphy y el principio de Peter, encarnados en Artur Mas, presidente saliente de la Generalitat. Los anteriores enunciados siempre se han tomado por acientíficos aunque con predicamento en la cultura popular como dogmas empíricos. Sin embargo, los hechos tienden a subrayarlos como razonables. Murphy estima que todo aquello que puede ir mal acabará, indefectiblemente, despeñándose en lo peor. Nada nuevo; eso ya lo tenía por máxima Napoleón y es un aserto en el arte de la guerra. Por su parte, el educador californiano Peter, estudiando una amplia muestra de empresas, llegó a la conclusión de que los cuadros directivos son ascendidos de categoría y funciones hasta alcanzar su propio nivel de incompetencia, en el que ya no saben ni en qué consiste su trabajo. Tampoco es un descubrimiento reciente porque en 1910 Ortega y Gasset describió esta inercia proponiendo que los buenos funcionarios «ascendieran» a escalones inferiores, donde mejorarían la ancha base laboral. Y mucho más que en la empresa privada, en la clase política, con todas las excepciones que se necesiten, el nivel de incompetencia se alcanza vertiginosamente y a edades muy tempranas. Hasta el más duro de corazón tiene una declinación compasiva hacia quien da un paso al costado (en el supuesto de que Mas renunciara a su aforamiento y no se diera al boxeo de sombras en la política catalana), y no faltarán quienes cantarán su grandeza como si el suyo fuera uno de los retiros de Cincinato. No es posible tenderle alfombra roja. Logró su nivel de incompetencia gerencial ya como conseller de Obras Públicas, antes de ser «primer ministro» de Jordi Pujol. Hundió en el pantano del secesionismo al gran partido nacionalista de la burguesía catalana dejándolo (bien que por herencia) en los escalones de los Tribunales, rompió con la pequeña Unió de Duran i Lleida, que aportaba «seny», dividió cainitamente a los ciudadanos de su autonomía, y en una agonía patética se entregó a unos antisistema que rechazan cualquier cosa que les pongas por delante. Cuando Valle-Inclán llegaba tarde a la tertulia de «Pombo», se hacía notar: «Señores, no sé de que están hablando pero me opongo». Eso es la CUP. El periodista Puigdemont quizá no sea tan desprolijo como Mas, pero eleva el despropósito a la enésima potencia. Habrá que repensar la filosofía del Derecho Universal e inaugurar el inexistente «derecho a decidir».