Julián Redondo
Mayo
Un mal día, un día negro ya sin presagios porque los peores se han cumplido: desapareces. Lo peor del viaje al otro mundo son los preparativos porque no lo habías planeado. Te asalta. Es traicionero. En el tránsito hacia la otra vida la consciencia no te abandona, inicias con tiempo suficiente –casi tres años en el caso de Tito Vilanova– la ronda de despedidas, a cual más dolorosa. Los hijos, los padres, la esposa, la familia, los amigos, el sol de cada mañana, el del atardecer, las noches de luna, el firmamento pintado de estrellas; la mar en calma, el azul de la montaña, el verde chillón de la primavera y los colores ocres del otoño; el Camp Nou, La Masía, campos de fútbol de Primera y de Regional; una comida, un libro, una película, aquella obra de teatro.
Todo se acaba, de repente, cuando la luz se funde en negro. Dos años de sufrimiento y de esperanza. La medicina ha avanzado mucho... Tratamiento en Nueva York. Hay que probar y seguro que el esfuerzo por prolongar la vida merece la pena. Luchas por la supervivencia contra el diagnóstico devastador, porque te han puesto fecha de caducidad, no lo olvidas. Avanzas entre tinieblas. Escuchas que en tal o cual sitio han progresado en el tratamiento de la enfermedad y que con métodos de curación alternativos, no es brujería, ¿eh?, ¿y qué más da?, han rescatado a algunos pacientes. Te aferras a cualquier ilusión, ya no porque te vas, sino fundamentalmente por lo que dejas y a quienes dejas; pero el cáncer avanza más rápido que la ciencia y te invade células y sentimientos, lo invade todo.
Revelaba «El Mundo Deportivo» ayer que a Tito Vilanova le invitó hace muy poco un amigo íntimo a comer, en el mes de mayo, aquí mismo, ya, ahora, y Tito respondió con el siguiente SMS: «Mayo me queda muy lejos». Lo sabía. Descanse en paz.
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