Martín Prieto

«Mein Kampf»

La Razón
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El Estado de Baviera, propietario por confiscación de los derechos de autor de «Mein Kampf», ha liberado internacionalmente su edición. Tras el funambulesco (de no ser por la sangre) golpe de Múnich en el que Hitler pretendió mimetizar hacia Berlín la marcha sobre Roma de Benito Mussolini, el adalid se libró de la perpetua que le correspondía por traición a la República de Weimar, se le obsequió con cinco años de cárcel y sólo cumplió nueve meses disponiendo de habitaciones, visitas libres, menú vegetariano y trato de hotel. Como era ágrafo dictó el texto a Rudolf Hess (el que se arrojó en paracaídas sobre el palacio del duque de Hamilton para negociar una paz interesada) y compiló su ininteresante biografía de vagabundo en Viena, con el ancestral odio a los judíos y un patético y racial imperialismo expansionista hacia el Este de Alemania. Todo el revuelto era más viejo que el frío. Los progromos siempre fueron una distracción del zarismo y «Los protocolos de los Sabios de Sión» una recopilación de falacias rusas. Henry Ford ya había escrito «El judío Internacional» con éxito e influencia, y el héroe mundial Charles Lindberg era un f ranático de la superioridad de la raza aria, recibido con honores en la Cancillería del III Reich, mientras en Inglaterra y Estados Unidos prestigiosos médicos proponían la eutanasia y la eugenesia. Adolfo Hitler fue un ególatra mórbido al que se le ocurrieron pocas cosas novedosas y hasta las esvásticas destrógiras y levógiras las copió de ilustraciones hindúes. «Mi lucha» es un denso ladrillo indigerible que no compraron ni los alemanes hasta que el nazismo obligó su adquisición. Ni siquiera está influenciado por Nietzsche y su «Así hablaba Zaratustra» como afirmaban los tiralevitas. Nada aporta al pensamiento de la Humanidad (incluso al demoníaco) y debió ser lectura de castigo obligada en el nazi-fascismo derrotado, porque si prohíbes seguir al carro de la basura tendrás una legión persiguiéndole.Después de 1945 algo de hipocresía se mezcló con un poco de esquizofrenia, y el brillante nazi Werner von Braum fue encargado de fundar la NASA y se secuestraron los rollos de Leni Reinfhestal, la mejor documentalista de todos los tiempos, no pudiendo hoy contemplar toda la innovación y belleza de «El triunfo de la voluntad», como si no tuviéramos criterio, y habiéndose publicado los abyectos diarios de Goebbels, perniciosamente actuales en lo de que una mentira repetida mil veces es una verdad. En España se publicó en 1944 y no lo leyó ni Serrano Súñer.