Paloma Pedrero
Mejor los pájaros
A Lucía la conocí ya hace años en el parque. Una mujer muy solitaria y hermosa con aspecto nórdico. Me llamaba la atención el que a veces metía el rostro en sus manos como si llorara. Luego observé que no, que era una forma de desaparecer durante un momento del mundo. Fue mi perra Happy la que obró el milagro de la comunicación. Tiró su pelota verde a los pies de Lucía tantas veces que, al final, ésta, con voz de niña pequeña, habló: «No, perrita, no. No voy a jugar contigo. Quita, que me manchas el pantalón. Ay, ¿no ves que es blanco? Que no, que te busques a otra vieja que a mí sólo me gustan los pájaros. Y dale con la pelotita, ni aunque me la subas en el banco pienso tirártela. Además, está asquerosa, llena de babas. Mira que sois guarretes los perros. Por eso yo no, yo con los perros no tengo filin. Los pajaritos en cambio siempre están limpios y no agobian ni ladran. Pían, sí, pero sólo cuando quieren decirte algo importante. Ay, qué pesada, que no te la tiro. ¿Cómo se llama? Ah, eso es inglés, ¿no? Pues sí, feliz se la ve feliz, y es bonita. ¡Quita, quita! Como sabe que hablo de ella... Es lista, me entiende. Bueno, es que a mí casi nadie me entiende. Por eso no soy capaz de hacerme una amiga. Nunca la he tenido, así que ya ni lo intento, ¿para qué? Me hago ilusiones y luego... nada. Los pájaros sí que me gustan. Hasta que mueren, hasta que vuelan lejos, son leales. Anda, trae, pesada, que te la tiro con el pie. Una sola vez. Qué asco de pelota».
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