Martín Prieto

Melancolía nacional

La Razón
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Cuando Jordi Pujol, entonces «molt honorable» presidente de la Generalitat y clave de la política española, visitó California impartió una conferencia en la UCLA, comenzando: «Somos un pequeño país entre España y Francia...». Un estadounidense, alardeando de erudito, no pudo contenerse y se levantó cortándole: «¡¡Andorra!!». Puede ser una anécdota, o, lo más probable, un chiste blanco exento de malicia. Lo que sí es un cuento es la falsa entrevista en Pekín entre Pujol y Mao Tse-Tung: «Somos seis millones...». Ante lo que el Gran Timonel preguntó: «¿Y en qué hotel se hospedan?». Tómenlo como chanza inocente para poder afrontar con algún sentido del humor la montaña rusa de la política catalana, que nos marea a todos, y no como esa fantasmal catalanofobia que vende arteramente una propaganda goebbelsiana. También es casualidad, pero ni en España ni en tres continentes he dado con alguien que me hiciera la más dulce objeción a Cataluña, los catalanes, su lengua o su cultura. A mayor abundamiento sólo bebo «Vichy Catalán» y habité en un edificio propiedad de «Aguas de Cataluña». En los libros de Historia sí se enaltece la bravura de los batallones de voluntarios catalanes, con su barretina, luchando por España en nuestras guerras marruecas. Se ha escrito que el radicalismo del irlandés «Sinn Fein» («Nosotros mismos» o «Nosotros solos») emerge periódicamente y es compendio de los más rancios defectos de los españoles, ora en Euskadi o en Cataluña o en el Cantón de Cartagena. Paradójicamente el fenotipo del secesionista español oculta en su alma un españolazo. Quizá por ello los laberintos políticos en que estamos instalados sea en Madrid o en Barcelona no serán secantes pero sí paralelos. Estamos abocados no sólo a redundantes elecciones anticipadas sino instalados en ese «pensamiento circular» que tanta preocupación suscita en los psiquiatras. La milagrosa mitad de la CUP va a tener razón porque se ignora cómo los largos hechos de Mas le califican ni para diputado catalán, a menos que sus abogados le hayan recomendado continuar aforado a toda costa. También se desconocen las razones para que con tanto desaire se niegue a considerar sin compromisos las proposiciones razonables del Presidente Rajoy, jefe de la primera mayoría parlamentaria. En Barajas un catedrático español (quizá catalán) marchaba a impartir un curso a EEUU y le dijo a un guardia civil: «Cuiden España». «No se preocupe; llevamos quinientos años intentando destruirla y no lo conseguimos».