Cástor Díaz Barrado

Menos humos

Desde hace unos años, parece que todo lo que sucede en Brasil es visto con muy buenos ojos por parte de la sociedad, en particular por muchos sectores de la sociedad de los países occidentales y por sus medios de comunicación. Se valora muy positivamente el crecimiento económico que viene experimentando este país suramericano, se ensalza la «moderación» y la habilidad de su clase política, se le premia con la concesión de los Juegos Olímpicos y se admira a los líderes brasileños que conducen a su país por la senda de la igualdad y el crecimiento. Esta percepción ha calado, también, en los políticos y en la sociedad de Brasil. Los medios de comunicación nos hacen ver, sin matices, una tierra de oportunidades y un lugar en el que, con las dificultades que corresponden, todo camina en la buena dirección. Esto ha contagiado al conjunto de la realidad brasileña. La reacción contrariada de la presidenta Dilma Rousseff a la información publicada en «The Economist» de que su política económica no es la apropiada se corresponde con ese estado de ánimo que presagia y asegura que todo es correcto en Brasil y que nada puede torcer ni desviar los logros del actual sistema político. No está mal que la máxima responsable de este país critique y se oponga a las posiciones de un medio de comunicación que, por cierto, no siempre acierta en sus predicciones y que muchas veces ofrece una visión muy parcial de la realidad económica, pero los argumentos empleados por la mandataria brasileña, al recordar el escaso crecimiento y la crisis que padece Europa, no son, desde luego, muy rigurosos, aunque sí demuestran, una vez más, esa atmósfera que nos dice que en Brasil todo está bien y que, su política y su economía, son un ejemplo para todos. La realidad latinoamericana de los últimos años, sin embargo, se desvanece paulatinamente: el triunfo de las posiciones políticas de izquierdas comienza a ofrecer signos de debilidad y es muy posible que los «felices años» de Lula y Rousseff empiecen a abrir paso a otros actores políticos; Brasil ha sido incapaz de liderar, con eficacia, la integración en Suramérica y, hoy más que nunca, asistimos a la exaltación de los nacionalismos suramericanos; el equilibrio de los «políticos» brasileños queda empañado por sucesivos supuestos de corrupción, aunque la presidenta esté haciendo numerosos esfuerzos para combatirla; y es verdad que la economía brasileña inicia el camino de un menor crecimiento y quizá el de la preocupación. Brasil tiene mucho futuro pero no todo funciona bien en este país.