Literatura

Ángela Vallvey

Mentira

La Razón
La RazónLa Razón

Vivimos inmersos en la cultura de la mentira. Sí, la mentira ha creado sus oportunas culturas, esto es: ha fabricado sus propios saberes, mitos y creencias, y ha impuesto unas pautas determinadas respecto al comportamiento social. También ha fabricado materiales peculiares que permiten a los usuarios de la cultura de la mentira relacionarse entre sí, comunicarse con efectividad, resolver sus problemas y satisfacer las más variadas y complejas necesidades que quepa imaginar.

La cultura que se deriva del cristianismo, en origen, reprueba la mentira; el repudio de la mentira es una piedra angular del cristianismo, hasta el punto de considerar su prohibición como mandamiento principal. «No dirás falso testimonio ni mentirás» es el octavo mandamiento, pecado grave para los cristianos. Aunque no todos los cristianos dan a la mentira igual trascendencia. Mientras para los protestantes mentir es un acto de importancia capital, los católicos suelen ser «tolerantes» con los mentirosos. Para los protestantes, mentir equivale a engaño y fraude, algo que los escandaliza profundamente. Para los católicos, mentir es una guayaba, un renuncio, una faramalla que puede tener incluso su gracia, que denota astucia y viveza cuando menos. El pícaro, figura de honda raigambre católica, es un mentiroso superviviente que se burla de la autoridad, algo que suele estar bien visto, un artista de la coba, la paparrucha y el gazapo, que logra que sus enemigos, por lo general más poderosos que él, se traguen ruedas de molino como si fueran píldoras para la tos. El mentiroso, el sagaz pícaro, es una alegoría mítica, admirada e imitada en la cultura católica. Mentir es un simple desliz, típico de gente hábil. Así, la mentira impregna la vida administrativa, política, financiera y social con naturalidad. Cosa de listillos. El que no corre vuela y aquí el más tonto arregla los Mars Exploration Robers desde su sofá.

Los valores de la verdad se relacionan con la honestidad, el respeto a la propiedad y el precio de la probidad y la palabra dada en el mundo anglosajón, por ejemplo, donde un mentiroso paga muy cara su falta de vergüenza. En la cultura católica, se confunde al truhán con el señor, al gazmoño con el ñoño, y todo favorece la escalada social del bribón, del enredador y del desahogado, personajes típicos de la cultura de la mentira. Lord Chesterfield decía que los más tontos son los que más mienten..., algo que, ni ahora ni nunca, se creerán los listillos.