Ángela Vallvey
Miedo
El miedo es una emoción turbadora, irracional, monstruosa, un mutante que se replica a sí mismo. Cuando se siente miedo no es fácil olvidarlo; aunque el peligro que lo provocó haya pasado, seguimos agarrotados por la impotencia y la debilidad que produce en nuestro ánimo la sensación de miedo, que trastorna los sentidos. Hay miedos abstractos, clásicos miedos que el ser humano padece desde el principio de los tiempos. Miedo a la soledad, la pobreza, la cárcel, la enfermedad..., al dolor, a la muerte, a la oscuridad, al fisco, a lo desconocido... Todos forman parte de la inseguridad que supone vivir en una existencia plagada de peligros y de cambios. De niños, tenemos miedo de monstruos que sólo existen en nuestra imaginación. Una vez convertidos en adultos, nos damos cuenta de que el infierno son los otros, que no podemos luchar y vencer en todas las batallas, que nuestras fuerzas son escasas, que el mundo es demasiado ancho, que el futuro no tiene rostro y que la voluntad es nuestra única armadura. Se han escrito tratados y estudios que hacen recuento del miedo a lo largo de la historia. Porque el miedo colectivo puede cambiar su curso, y de hecho así lo hace. El miedo genera angustia, temor al fracaso y la desgracia. Pero también es cierto que, por miedo, se realizan hazañas, se superan obstáculos, se cometen actos de valentía y de decencia. Porque el miedo, bien aprovechado, puede convertirse en un impulso que venza a la desdicha y encuentre una grieta para colarse entre la oscuridad. El miedo puede ser un instrumento de supervivencia que nos mantenga alertas, siempre en guardia ante los peligros que puedan venir. Vigilantes con quienes nos amenazan. Deseosos de superar el pretérito negativo y dar pasos decididos hacia adelante. El miedo está en nuestro ADN, con él se escribe el mañana de la especie. Quien no tiene miedo, carece de prudencia, se encuentra expuesto a la incertidumbre y las sombras, a la crueldad de un destino que no repara en gastos cuando se trata de hacer pasar fatigas a la pobre gente. Es preferible no ser Juan Sin Miedo, conservar el instinto vital de sobreponerse a los golpes del azar. Quien no tiene miedo es sobre todo ignorante. Pasear por los caminos desconocidos del mundo requiere al menos una dosis mínima de miedo, el suficiente para no extraviarse para siempre...
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