Alfonso Merlos

Miedo escénico

El PSOE ha quedado retratado en su estrategia, su táctica y sus artimañas. ¿Por qué? ¿Acaso estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo pacto del Tinell? Sí y no. No, porque hoy no mueve a la izquierda aparentemente socialdemócrata ese odio a la derecha que fue inflamado hasta la cólera en tiempos de José María Aznar y por el «zapaterismo». El clima, aunque sea mínimamente y descartando la alerta roja de los ultras de Podemos, ha cambiado a mejor.

Pero, por otra parte, sí que estamos ante un movimiento de estrangulamiento de los resultados electorales del Partido Popular a nivel autonómico y de grandes ciudades. Dado el panorama que se presenta en Andalucía, la lideresa Díaz (quizá la auténtica jefa de la tropa) ha dejado claro que serán válidos tripartitos, pentapartitos –¡ heptapartitos si es menester!– para que las victorias de la gaviota en los comicios de mayo no se traduzcan automáticamente en gobiernos, que al final es lo que cuenta.

Pueden no tener razón los ganadores del 22-M, pero tiene sentido lo que plantean: desde el punto de vista orgánico, egoísta, ésta es la única ecuación a través de la que salvar los muebles cuando ya que en menos de un par de meses se vuelvan a poner las urnas.

Porque el Partido Popular será a buen seguro la fuerza nacional más votada, pero con un retroceso en algunas plazas clave que le alejarán mínimamente de la mayoría absoluta. Y es ahí donde los tataranietos de Pablo Iglesias consideran necesario pactar con el diablo mandando al infierno la lista más votada.

Quizá los socialistas se sientan fuertes y orgullosos haciendo –sin ser los más legitimados– pactos para gobernar. Pero, dados los precedentes y en relación a sus efectos en el interés general y el bien común, serán pactos con el error.