Martín Prieto

Muertes dependientes

Muertes dependientes
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Descabalgado por sus propios sorprendió que el anterior presidente valorara como mejor activo de su gobierno la Ley de Matrimonio Homosexual. Se supone que lo consideraría una reparación histórica de las que tanto nutren su pensamiento, pero resulta deprimente que siete años y medio de administración con mayoría absoluta hayan dado para tan poco, por mucho que alivie el «pecado nefando». Rememorando tantos problemas que le tuvieron que desvelar, introdujo «post morten» (nunca mejor escrito) que se sentía orgulloso de la Ley de la Dependencia. Hizo bien acordándose de los pacientes a los que no ayuda la hospitalización y permanecen en sus casas al albur del colchón familiar, la célula más sufriente. Como es un revolucionario de papel, de los que pelan la naranja pero no se la comen, activista de las barricadas de aplausos obligados, no dotó económicamente su ley dejándola a la caridad o los posibles del Estado y las autonomías. Los muertos que vos matasteis gozan de buena salud y más de cuarenta mil dependientes continúan cobrando sus subsidios aunque se encuentran en el cementerio o en el columbario. El ejemplo griego en el que los «hombres de negro» encontraron jubilados de 150 años de edad. La ley era incumplible, y más con la negada crisis al galope. Oficialmente la lista de espera de los dependientes ronda el año aunque en realidad te citan para el papeleo cuando ya te has muerto y dejado de creer en el socialismo asistencial. Así, más de trescientos mil dependientes con derecho a la prestación permanecen en el limbo sin otra ayuda que la de sus parientes. Aquello que decía aquel gañán cansado de agonías: «Ni se muere padre ni cenamos». El Tribunal de Cuentas navega entre lápidas y panteones buscando dependientes que cobran en los camposantos, y los felizmente vivos son los desahuciados por las hipotecas mentales del ex presidente socialista, tan dado a disparar con la pólvora del Rey.