Historia

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Necedades

La Razón
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En sus diarios anteriores a la Guerra Civil, Manuel Azaña escribía que hay que tener mucho cuidado en poner en circulación una tontería en Madrid porque arraiga mejor que las acacias. También entendía que la mejor manera de conservar un secreto entre nosotros era escribirlo en un libro. Son máximas aplicables a esta España de las necedades en la que nos sumen los nuevos políticos que han encontrado su primer empleo decente incrustándose en la nómina de las instituciones, sustituyendo el despotismo ilustrado por el analfabeto funcional. Uno de estos próceres acaba de ilustrarnos sobre las bondades de la I República de 1873, cuyo federalismo habría evitado la guerra hispano-estadounidense y hoy conservaríamos Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Aquella Constitución, afortunadamente non nata, establecía la nación española en 17 estados, incluidas dos Andalucías, la Alta y la Baja, dejando en lista de espera las colonias africanas y olvidándose de las islas Marianas. Pi i Margall fue de esos bienintencionados que acaban adoquinando el infierno y no confirió rango de nacionalidades a sus estados. La guerra de Cuba no la hubiera evitado esta Constitución federalista que acabó en cantonalismo. Cartagena quiso izar bandera roja y al no encontrarla en los pañoles arboló la turca creando confusión en el almirantazgo en la creencia de que habían desembarcado los otomanos, hasta que un heroico marinero sangró el brazo empapando el blanco de la media luna y la estrella. Las fragatas «Almansa» y «Vitoria» zarparon para bombardear Almería y Alicante exigiendo tributos y fueron apresadas como piratas por un acorazado inglés y otro alemán. «Las nacionalidades», de Francisco Pi i Margall, hay que leerlo pero advirtiendo que acarrea ingentes materiales de derribo histórico para forzar la ilusoria bondad de la conversión de España en Estados federados. Que hoy algún mastuerzo votado en lista cerrada proponga la misma milonga conduce a la tristeza maligna engendrada por las necedades repetidas desde siglos. Ortega y Gasset, en el debate republicano sobre el Estatut, fue un pesimista bien informado asumiendo que el «problema catalán» era crónico y había que aprender a convivir inteligentemente con él. Cataluña no va a ser independiente en este siglo, y para el XXII, todos calvos. Y eso lo saben los secesionistas más acendrados que riegan de falsedades y necedades utópicas a los legítimos catalanistas que salvaguardan su identidad y su caja dentro de España. Como siempre, acabaremos hablando de dinero.