José Antonio Álvarez Gundín

Ni un solo homenaje más

Es admirable el temple de las víctimas del terrorismo, su entereza para resistir al bronco reclamo de la sangre. Fueron ejemplares cuando se irguieron tras el golpe homicida, cuando enjugaron sus almas anegadas y plantaron cara a la banda de los asesinos. Pero hoy lo son con más motivo por contener su brazo y no ceder a la venganza. Para eso se necesita más coraje que para tomarse la revancha del ojo por ojo. No hay un solo español que estos días, ante el obscena pasarela de los excarcelados, no haya comentado, con la cólera semítica de los que ni olvidan ni perdonan, el designio inconfesable: «No sé qué haría yo si alguno de esos que ya están en la calle hubiera matado a uno de los míos»... Mejor no saberlo. Las víctimas dan ejemplo de lo que no se debe hacer.

También de lo que debe hacerse, que no es bajar las manos ni resignar la mirada. Conviene no minusvalorar el poder corrosivo de las excarcelaciones sobre la estabilidad emocional de la sociedad, que es muy inflamable. Como si no tuviera ya sobrados motivos de angustia, el ciudadano ha de soportar ahora el desfile de los infames. Bastará con que los batasunos le arrimen la cerilla de la provocación para que estalle el incendio. Ya se han registrado seis actos de homenaje a otros tantos etarras y todo apunta a que los comités de bienvenida se emplearán a fondo los fines de semana. Después vendrán las proclamaciones de hijos predilectos del municipio. Y después... Lo que ocurra después dependerá de la fibra moral que aún conserven nuestras instituciones. De la Ertzaintza no cabe esperar que, en un súbito ataque de decencia, impida los pasacalles, la cohetería y el repique de campanas en honor de los pistoleros. Hace ya mucho tiempo que la policía del PNV se rindió a la banda aviniéndose a un vergonzante pacto de no agresión, así que no cometerá la descortesía de romperlo hoy para defender la dignidad de unas víctimas, en la que nunca creyó. Le corresponde, por tanto, al Gobierno reactivar todos los mecanismos del Estado de Derecho para evitar que ETA se apropie de la historia y escriba el final a su antojo. Es obligación de todos velar porque los terroristas regresen a sus casas como lo que son: como derrotados, no como vencedores. Nada hay en ello de venganza, sino de justicia hacia las víctimas y de triunfo de la democracia sobre quienes quisieron dinamitarla sembrando España de cadáveres. Ellos han perdido, nosotros hemos ganado. Ni un solo homenaje a los verdugos debe quedar impune. Ni una sola humillación más a las víctimas. El camino de vuelta a la cárcel sigue abierto. Y el de salida bien puede cerrarse si propicia, con certeza reiterada, el incumplimiento de la Ley.