Restringido
No hay dos sin tres
No puedo resistirme a la idea de dedicar éste mi primer artículo en las páginas de colaboración de LA RAZÓN al viaje que dentro de unos días emprenderá el Papa Francisco a Cuba.
Quien dude de la trascendencia histórica de esta visita no sabe por dónde se anda. Pero además, en mi caso, se da la circunstancia de que pude seguir a Juan Pablo II en su viaje a la perla del Caribe (enero de 1998) y a Benedicto XVI cuando cinco años más tarde, regresando a Roma desde México, se detuvo dos días y medio en la mayor de las Antillas para celebrar el 400 aniversario del descubrimiento de la estatua de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba.
Karol Wojtyla había sido uno de los artífices del desplome del imperio soviético que siguió a la caída del muro de Berlín ( 1989). Año y medio después aterrizó en La Habana iniciando un viaje cuyo lema fue desear que «Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba». Objetivo no del todo conseguido, pero su visita, sin duda, marcó un giro irreversible para una acción más libre de la Iglesia en un país que atravesaba momentos dramáticos.
Quince años después, Ratzinger realiza una segunda visita al «largo lagarto verde con ojos de piedra y agua» (Jorge Guillén) y ensancha un poco más el margen de las libertades religiosas y políticas del pueblo y de la Iglesia cubana.
Le toca ahora el turno a Bergoglio, que llega en un contexto político muy distinto. Ben Rhodes, uno de los consejeros más allegados a Obama, ha afirmado que en el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba «el papel del Papa ha sido fundamental; es un líder espiritual, pero también un personaje cuya voz es importante escuchar en los desafíos que afrontamos todos los días». De la palabra Francisco va a hacer un uso abundante; habrá que seguir y analizar cuanto diga y haga porque no serán discursos al viento.
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