Luis Alejandre

Nostalgias

Nos lo sentenció Ovidio: «los esfuerzos inútiles, lo único que producen es nostalgia».

Los vencedores del «no» cantaban emocionados el «Rule Britannia», la antigua canción patriótica británica, mientras los desconsolados, aunque no convencidos perdedores del «sí» a la independencia de Escocia, entonaban el «Flower of Scotland» el himno oficioso escocés. Nostalgia en todas aquellas voces.

No sé lo que debió cantar David Cameron entre suspiros de alivio. Los otros líderes Clegg y Miliband fueron consecuentes y le apoyaron. Hicieron suya la patriótica máxima «my country, right or wrong».

Con menos flema de la prevista, temo que el resultado del referéndum les suene a los escoceses como decisión provisional. Hay elecciones generales en mayo 2015, es decir dentro de ocho meses y peligra la continuidad de Cameron atacado desde sus propios baluartes. Luego, queda en el aire el plebiscito de 2017 en el que el propio Reino Unido se plantee si decide permanecer unido a Europa, esta que ahora «ha respirado tranquila, por la holgada victoria del sentido común en Escocia» como dijo unos de sus responsables.

Entiendo que todos los escoceses saben que de este 85% del censo que votó de forma responsable y excepcional, un 35% aproximadamente correspondía a las masas indecisas o por lo menos silenciosas, bastante por encima de los que abiertamente optaban por una solución u otra. Creo, por tanto, que nadie puede atribuirse una victoria total. No nos extrañe que hayan quedado heridas que tardarán en cicatrizar, tanto en Inglaterra, como en Gales, como en la propia Escocia.

¿De dónde emanan estos renovados sentimientos nacionalistas centrífugos? ¿De la crisis? ¿No bastaron las experiencias de los movimientos semejantes que nos llevaron a la Primera Gran Guerra y en cierto sentido también a la Segunda? Ya habían protagonizado un intento semejante los escoceses en 1913. ¿Qué vuelve a fallar?

Recuerdo una frase magistral del poeta francés Yves Bonnefoy que define a la democracia como «el modo de hacer sitio para dar cabida a la realidad de los otros». Los nacionalistas olvidan que hay otros. Son los que consideran lo identitario por encima de lo universal y defienden a capa y espada que a toda entidad cultural le corresponde un estado. La misma pesadilla con la que se enfrentó Europa en 1914. La que ahora puede prender en Africa o en Asia.

Incierto mañana para Escocia; incierto para el Reino Unido; incierto para Europa y en consecuencia para Occidente que se encuentra en un momento más que delicado con heridas de guerra abiertas en Ucrania, Siria Iraq o Sahel, con heridas humanitarias que deberían exigir nuestra atención total, en los países del Golfo de Guinea o en los ya incontables campos de refugiados repartidos por medio mundo.

Inciertos momentos porque quienes ganan la calle o las redes sociales se creen propietarios de las voluntades de todos. Ignoran la propia realidad. Y como decía Ortega: «cada realidad ignorada prepara su propia venganza».

Admitidas a trámite las lecciones aprendidas en Escocia, podemos hacer balance interno. Uno: no creo que el núcleo duro del movimiento independentista catalán , se haya dado por aludido. Dos: queda constatado que entre las encuestas públicas «calientes» y el voto sereno y secreto hay siempre un tramo de diferencia; es la lucha ente lo visceral –el momento, el ardor, la identidad, el contagio– y lo sereno y responsable, cuando aparecen en nuestra mente los consejos y el testimonio de nuestros abuelos o la preocupación por el futuro de nuestros hijos y nietos. Tres: las transferencias exigidas por Escocia –sanidad, educación, transportes, políticas sociales– las tenemos más que desarrolladas en la España actual, con resultados discutibles. También deberían mirarse los escoceses en nuestro espejo. Pero el nacionalista seguirá siempre exigiendo más, y cada cesión es interpretada por ellos como una debilidad sobre la que puede seguir exigiendo. Y cuatro: no es difícil agitar hoy sentimientos, con la épica –y las banderas– de la independencia. Tampoco es nuevo. Hitler fue un maestro en estas lides. Pero la Historia manipulada da malos dividendos a medio plazo y el victimismo muchas veces solo sirve para enmascarar malas gestiones o políticas corruptas como recientemente han salido a la luz. Sin entrar en casos más conocidos, a los que estoy seguro seguirán otros igual o mas llamativos, véase todo lo que esconde la mala quiebra de Spanair, la aerolínea que debía «fer Cat» –hacer Cataluña–, a base de subvenciones incontroladas escondidas en los pliegues de una «compañía bandera». Imagino que el lector sabe quién pagará finalmente el agujero económico, aunque nadie pagará políticamente el haber dejado en la calle a más de 2.000 personas, arruinado una empresa y priorizado un gasto necesario para fines sociales más urgentes.

Cuando pienso en el caudal de energías que consumen y hacen consumir estos nacionalismos centrífugos, vuelvo a pensar en Ovidio, porque el único poso que nos dejan, es el de una inútil nostalgia.