Manuel Coma

Obama: despedida abierta

La Razón
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Su octavo y último discurso sobre el Estado de la Unión ha quedado bastante eclipsado por la inmediatez del comienzo de las primarias, con el bulldozer Trump a toda marcha. Hillary ganará las demócratas y la gran incógnita es si ante la segura derrota en las presidenciales un tercio de los republicanos terminarán su romance con Donald y apostarán por alguien más idóneo para la Casa Blanca o se lanzarán entusiásticamente a un precipicio que puede escindir al partido y quién sabe si acabar con él. Obama se ha mantenido hasta ahora escrupulosamente alejado de la palestra electoral, pero necesita desesperadamente a un correligionario en la Casa Blanca para afianzar lo que considera su legado, pues sus grandes reformas penden de hilos legales que un presidente y Congreso republicanos podrían fácilmente cortar. En su postrera gran perorata institucional, Obama, el gran discurseador, ha sido más breve y ha estado más apagado que nunca. Representó un contraste con su exultante primera campaña electoral, a lo largo de 2008, desbordante de carisma, llena de «sí, podemos» y de tan ilusionadas como ilusorias esperanzas de reinventar Estados Unidos y el mundo de pies a cabeza. ¿Se acuerda mucha gente de que tan inflamada y rosácea retórica le valió nada menos que un premio Nobel de la paz, al poco de instalarse en el Despacho Oval, así como vítores por todos los rincones de una obamolátrica Europa?, ¿Cuántos recuerdan que meses después pronunció un discurso en El Cairo que iba a transformar Oriente Medio en una balsa de paz? Para finalizar, no está de más volver al principio. Empezó prometiendo, solemne y reiteradamente, que su acto ejecutivo inaugural sería acabar con Guantánamo. Nunca hubo tal. Hay huesos más duros que las programáticas intenciones del cargo más poderoso del mundo. Puede parecer un detalle marginal, pero emblemático de ocho años de brega a brazo partido entre los dogmas progres y la realidad. Brega que tiene un coste y que ha dejado tiradas por el camino muchas buenas posibilidades. En definitiva, se ha podido comprobar una vez más que quienes viven de ilusiones mueren de desengaños. Obama pasará a la historia como un mediocre presidente.