Luis Alejandre

«Objetivo irrenunciable»

Día de la Pascua Militar, Salón del Trono de la Capitanía General de Barcelona. El teniente general Álvarez Espejo, hombre sobrio, comedido, respetuoso, dice con voz templada: «Considero un objetivo irrenunciable y necesario dotar a Barcelona de un Museo Militar, para no dejar al margen a un sector de la ciudadanía catalana». Reiteraré dos ideas fuerza que hemos mantenido desde 2007, fecha en la que se firmó un acuerdo Zapatero/Bono con el PSC, referido al Museo Militar que se ubicaba en Montjuïc y que significaría su cierre. Lo materializaría en 2009 el Alcalde Hereu (PSC) sin respetar el acuerdo de constituir un Consorcio a tres bandas: Generalitat(20%)-Ayuntamiento(60%)-Defensa(20%).

1- «Barcelona, que tiene una de las mejores redes de museos de Europa, necesita por historia y cultura un museo militar, al estilo de los que existen en todas las grandes capitales».

2- «Las piedras del castillo de Montjuïc no tienen la menor culpa de los acontecimientos ocurridos durante siglos entre los muros que conforman. Todas las fortalezas del mundo tienen un pasado de luces y sombras».

A partir de aquí es difícil explicar lo sucedido con el Museo Militar de Montjuïc salvo que entremos en el territorio de los nacionalismos excluyentes, de los viscerales «no a la guerra» o del anclaje en el pasado, de un pesimismo histórico incapaz de reconocer lo real de nuestra existencia.

Nunca olvidaré cuando los Aviadores del Ejército Popular de la República depositaron en el Museo sus guiones y fotografías en prueba de confianza. Guardo con celo el distintivo de piloto, con la estrella roja de cinco puntas, que me dio su presidente. La misma confianza que tuvieron los Requetés del Tercio Nuestra señora de Montserrat o los supervivientes del Regimiento Pirenaico nº 61 de la Generalitat. Habíamos conseguido que Montjuïc se presentase como símbolo de conciliación.

Con el cierre del Museo se rompió esta corriente de confianza. Muchas colecciones particulares fueron reclamadas. Otras se dispersaron o perdieron. Otras viajaron al vecino Museo de Figueres, otras retornaron al del Ejército en Toledo. En su afán iconoclasta los comisarios de Hereu –Cardelús al frente– destruyeron incluso una placa del año 2000 agradeciendo a Endesa su aportación gratuita a la iluminación nocturna del Castillo. Su cinismo no les obligó a devolver consecuentemente los focos e instalaciones que dejó la eléctrica.

Además, el Museo del Castillo no era una obra muerta. Alrededor de él nació dirigida por una incansable Carmen Fusté una Asociación de Amigos, entidad sin ánimo de lucro, declarada de utilidad pública, apolítica, miembro de las agencias de la UNESCO, ICOMOS, ICOM y de la Federación Española de Museos (FEAM) entre otras asociaciones. Uno de los objetivos de la Asociación, entre un montón de otras iniciativas como conciertos, visitas nocturnas, concursos escolares etc, fue la de intentar la reapertura de la Capilla del Castillo con cinco siglos de historia entre sus muros. Otro fue el de organizar una exposición sobre la «Proyección de los Ingenieros Militares de la Corona de España en Cuba: los Antonelli». No consiguieron ninguno de los dos objetivos, pero la exposición se montó con enorme éxito de público en el edificio del Gobierno Militar, en una de las zonas mas concurridas de Barcelona, inmediata al monumento a Cristóbal Colón.

Se había abierto un camino. Ante la clara alegalidad del Ayuntamiento de Barcelona que no respeta un convenio firmado en 2007, se buscaron alternativas, sin renunciar al objetivo final . A día de hoy está externalizada la gestión de un castillo vacío, a la misma empresa que organizó los actos de conmemoración del Tricentenario de la Guerra de Sucesión (1714-2014). Sin comentarios.

No es de extrañar que cuando el capitán general de Barcelona tras constatar que una exposición temporal montada en el Cuartel del Bruch tuviese 16.000 visitantes en dos días; que en una Jura de Bandera se vio obligado a limitar a 700 el número de invitados porque materialmente no había espacio y tiempo para mas; cuando en las jornadas de puertas abiertas de Capitanía han contabilizado 4.800 visitantes, considerase un Museo como «objetivo irrenunciable y necesario para no dejar al margen a un sector de ciudadanos catalanes».

Y cuando desde el Ayuntamiento le hablan de que «sólo aceptarán un memorial pacifista» él contesta tranquilo que sólo busca un referente integrador y no reivindicativo. Los Museos Militares no están hechos para incitar a la guerra como muchos creen, sino para ayudar a reflexionar sobre nuestros errores, a fin de evitar que se repitan. Pero también para resaltar el esfuerzo, el sacrificio de generaciones y personas, gracias a quienes hoy disfrutamos la paz que tenemos. Es bajo la capa protectora que ellos nos dejaron, donde se albergan nuestras libertades de hoy.

Sé que grupos de personas no comparten estos criterios. Sólo pido que sean capaces de respetar el que otros sí los compartan. Y no son pocos.