Julián Cabrera

Obsesos de la entrepierna

Resulta especialmente llamativo, tal vez por la inevitable comparación con la situación en nuestro país, ver las respuestas de ciudadanos franceses entrevistados a pie de calle a propósito del «affaire» sentimental de su presidente François Hollande. Él «se trata de un asunto privado y lo que interesa es su gestión al frente de la República» venía a ser el argumento general.

Esa realidad viene avalada no sólo por la existencia de un mayoritario elenco de Prensa y medios de comunicación manifestamente maduros, sino por unos sondeos que de forma abrumadora sitúan la popularidad del presidente socialista francés en mínimos históricos y ojo, no por sus devaneos personales, sino por aplicar políticas diametralmente opuestas a lo prometido en el programa que le llevó al Elíseo.

El contraste con España adquiere especiales matices en los que trataré de detenerme. De entrada, mirando a quienes aquí se les llena la boca argumentando que el modelo republicano es poco menos que la máxima garantía contra todos los males y en esa línea no dudan en utilizar cualquier alegato, incluidos los más personales detalles de la vida del Rey.

Resulta que los mismos que se regodeaban en esos detalles, incluso cuestionando la salud de la monarquía, son los que ahora vienen a descubrirnos la necesaria exigencia de respeto a la vida privada de Hollande, presidente de la República, y haciendo una lamentable exhibición de distintas varas de medir a propósito de las prerrogativas de según qué jefes de Estado.

Da igual que se sea rey, presidente, premio nobel o ministro, da igual monarquía que republica, nunca faltan los mismos enanos que por llegar a sus semejantes sólo a la altura de la cintura son incapaces de mirarles ningún atributo que no esté por debajo de la misma.