Alfonso Ussía

Oclusión

La Razón
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No tengo acceso a los intestinos del «partido de la gente y el amor», pero por lo que leo e intuyo se ha originado una molesta oclusión intestinal. El comunismo ha vencido sobre el pragmatismo. Creo que Errejón está más leído y preparado que Pablo Iglesias, ese cursi indomable y atroz. Errejón puede ser incomprensible, pero es sincero en sus galimatías. Iglesias es un estalinista convencido, un obsesivo recuperador del muro derribado. Errejón leyó demasiado pronto a Laclau, y Pablo Iglesias funciona con las antologías de frases célebres. Le recomiendo que lea «La Filocalia» de don Francisco Silvela, el gran abogado y político de la Restauración. Y dentro de lo que cabe, que me cabe poco, presiento que entre uno y otro media un barranco que separa sus objetivos y predilecciones. La formación intelectual de Errejón molesta sobremanera a Iglesias. Y el dominio de la demagogia instruida en las enciclopedias de frases célebres de Iglesias hiere el orgullo de Errejón. Para la gente y el amor, Iglesias es más convincente. Para los que han leído, Errejón sobrevuela por mucho las coletas del cursi vallecano.

Errejón ha descubierto con más celeridad que Iglesias las esquinas de la política. Una de las esquinas, precisamente, es Iglesias. Para mí, que Errejón ha evolucionado porque no ha dejado de leer, en tanto que Iglesias ha optado por perfeccionar la interpretación de su personaje, y está a un paso de conseguirlo. Pablo Iglesias desea profundamente parecerse al Pablo Iglesias que modeló desde su ambicioso resentimiento. Lo malo es que un revolucionario cursi termina por desmoronarse. Lo preocupante es que se desmorone cuando ya ha desmoronado a todos los demás. No lo sé. Pero me figuro a Errejón en su casa con una buena biblioteca de teóricos coñazos a sus espaldas. Y cuando intento imaginar el dulce hogar de Iglesias, lo primero que me aparece es un gran aparato de televisión y al fondo, un mueble-bar bajo el póster del Ché. El Ché tampoco leyó mucho, pero tenía el carisma de los violentos paranoicos, que besan con amor a la gente pocos segundos antes de ordenar su ejecución. El Ché no es comparable a Iglesias. El primero era un cursi porteño que abrazó la revolución cuando no pudo pagar sus petisos del polo, y el segundo es un aguerrido cursilón crecido por la envidia. Nadie ha triunfado en el mercado como el Ché después de muerto. Y Pablo Iglesias sueña con hacerlo en vida. Pero lo suyo es mercadotecnia, no política.

A Iglesias le puede pasar lo mismo que a Chaplin. Que tan enamorado estaba de su propio personaje que se presentó en París a un millonario concurso de imitadores de «Charlot» y quedó el tercero. Dos anónimos superaron al propio «Charlot», y mucho me temo –lo cierto es que no lo temo porque me divertiría–, que en «Podemos» hay varios aspirantes entre la gente del amor dispuestos a triunfar sobre Pablo Iglesias en un próximo concurso. No es complicado. En el fondo y en la forma, es un personaje de muy sencilla imitación.

Otro caso es Errejón, que representa un espíritu revolucionario más leído y no concordante con el viejo y ya descascarillado comunismo de salón. Por mucho que intenten hacernos ver que Iglesias y Errejón son las corrientes de dos horcajos que se unen en el mismo río, lo cierto es que el barranco que los separa va a resultar infraqueable. Y que en «Podemos», muy en breve, van a empezar a volar los trompazos, escrito sea con intención figurativa, faltaría más.

A fuer de sincero, no debo renunciar a establecer una última diferencia entre Errejón e Iglesias. Se trata de un juicio de valor probablemente aventurado, pero no lejano a la interpretación de los diferentes mensajes que nos han regalado uno y otro en su frenética actividad en las redes sociales cuando no creían que podían alcanzar tan pronto la cercanía del poder. Errejón sería un teórico con capacidad de diálogo. Iglesias, un práctico precipitado e ignorante. La cursilería y el gozo dictatorial son perfectamente compatibles. Con Errejón, el páramo de Masa o una gélida meseta despoblada de Castilla seguirían siendo páramo y meseta. Con Iglesias, se convertirían en campos de concentración.

Una diferencia estimable, de acuerdo a mi humilde punto de vista.