Restringido
Pacto a lo Frankenstein
El clima en la política española viene caracterizado por dos miedos nocturnos: el miedo de los partidos a las posibles penalizaciones de los electores por los acuerdos firmados y el temor a unas nuevas elecciones.
En lo que respecta al primero de los miedos, ya me referí a él en mi último artículo, la situación es una especie de equilibrio de Nash, en el que realizar movimientos no es una estrategia adecuada a los intereses electorales de cada uno porque empeorarían su resultado.
Si bien todos los dirigentes políticos tienen asumido desde hace tiempo la repetición de elecciones, todos esperan el fallo del adversario para situarse en mejor posición en la competición electoral o, sencillamente, ocupar el poder sin erosionarse.
Pero la alternativa es poco alentadora y existen una serie de fuerzas resistentes a volver a medirse en las urnas. El argumento más manido es que los españoles no quieren nuevos comicios. Es cierto que produce pereza pensar en volver a ir a votar, serían las quintas elecciones en un año si contabilizamos las andaluzas y catalanas.
Sin embargo, los españoles han votado un Parlamento imposible de gestionar y a la luz de lo que ha sucedido, toca preguntarles otra vez.
Pero, a pesar de este argumento, existen otras resistencias a la repetición de elecciones que no tienen un peso menor.
En primer lugar, las propias direcciones de los partidos desconfían de los sondeos, incluso de los estudios de opinión más rigurosos, los del CIS, que no son encargados por ningún particular y, por tanto, no están sujetos a las temidas «orientaciones y objetivos» de quien «paga» el sondeo.
Pero incluso el CIS comete errores importantes. El estudio publicado en noviembre de 2015, un mes antes de las elecciones, se aproximó al resultado obtenido por PP y PSOE, pero descarriló cuando otorgó a C’s una horquilla entre 63 y 66 diputados y a Podemos entre 23 y 25. Finalmente C’S obtuvo en las urnas 40 y Podemos 69.
No es de extrañar que Albert Rivera desconfíe de las encuestas que, promovidas por algunos medios, le hacen crecer desorbitadamente. Ya lo vivió una vez y dicen en Castilla que «el gato escaldado del agua fría huye».
Pablo Iglesias debió vivir como una batalla contra todos los elementos vencer a las mismas encuestas, porque las encuestas también crean opinión y mueven la propia realidad cuando ven la luz.
No menos importante es el rechazo que produce volver a diseñar una campaña electoral, poner en marcha toda una maquinaria ya fatigada y todo lo que lo acompaña, como, por ejemplo, hacer las listas electorales.
Una opción es repetir las mismas candidaturas en todos los territorios, pero tampoco es tan sencillo. Por poner un par de ejemplos circunscripciones tan importantes como Madrid, ¿deberían volver a aceptar a Irene Lozano por su enorme aportación de votos? o que quien fue respaldado por decenas de miles de militantes, Eduardo Madina, ¿volvería a ser número 7 para no salir elegido? O por hablar de otra circunscripción, Guadalajara, ¿volvería a ser excluido Pablo Bellido después del archivo de la causa por la que nunca fue procesado?
Ni qué decir tiene que para los parlamentarios actuales la convocatoria de elecciones supone, si no son removidos de las listas, volver a hacer una dura campaña para conservar su escaño, por tanto, es de suponer que no les entusiasme una nueva convocatoria.
Los candidatos están en una encrucijada, todos se juegan su futuro, pero eso no justificaría cualquier acción. Si C’s se retira de la negociación y el PSOE termina alcanzando un acuerdo con Podemos, el candidato socialista sólo debería ir a la investidura con el compromiso de voto sí o abstención de Ciudadanos, porque en otro caso, podría darse la circunstancia de que finalmente saliese elegido con la abstención de los independentistas catalanes.
Ya hay quien se ha apresurado a poner nombre a eso: «pacto a lo Frankenstein», y eso no lo aceptamos la mayoría de socialistas.
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