Lucas Haurie

Pantoja, poco trinque y mucha pena

La Razón
La RazónLa Razón

A la justicia, como a la democracia, le sienta mal la adjetivación. Tanto, que cualquier epíteto propicia que se le caiga la mayúscula y se convierta en una cosa manipulable y, por ende, inmediatamente manoseada. La ciudadana Isabel Pantoja, en la Andalucía de los ERE en general y en la Costa del Sol del urbanismo bajo sospecha en particular, cooperó con su pareja sentimental en un delito de blanqueo de dinero que le arrostró una pingüe multa y una pena de prisión. Más de un año de cárcel por millón de euros distraído, una tarifa que conllevaría cadenas perpetuas a porrillo entre la militancia descarriada de los principales partidos políticos si en España se respetase el principio de igualdad ante la ley. Pero lo que se lleva aquí es el calificativo, de modo que la famosa tonadillera fue víctima de una sentencia «ejemplarizante», por no hablar del trato sañudo que le ha dispensado esa plebe enardecida por un batallón de «gracos» televisivos. Isabel Pantoja, a quien el tercer grado recién concedido debe saberle a libertad completa, superará la traumática experiencia carcelaria con su dignidad no ya intacta, sino reforzada. En el país de la elusión de responsabilidades, ha cumplido sin descomponerse una condena severa y aún está a tiempo de resurgir mientras los verdaderos culpables de su descenso a los infiernos (la corte putrefacta del gilismo: Julián Muñoz, Del Nido, Roca...) continúan penando por juzgados y presidios. A ella, al contrario que a los nombrados, ni la fama ni el dinero le llegaron gracias a los negocios espurios auspiciados por el minucioso saqueo de Marbella. Ya no tiene que forzar sonrisas sardónicas ni instar a sus acompañantes a enseñar «dientes» porque está revestida con la serena felicidad que alcanza a los supervivientes. ¿Qué más pueden hacerle si ya la pasearon con el sambenito de las ladronas? Trincó y ha pagado con creces o, como poco, ha pagado más que otros después de haber trincado mucho menos. No debe ser un referente de moralidad, pero tampoco lo contrario.