César Vidal
¿Para eso se fue a Irak?
El Sajij-al-Bujari, la mejor colección de tradiciones sobre la vida de Mahoma, relata que el profeta del islam se casó con Aisha cuando tenía seis años de edad. El matrimonio se consumó tres años después, al cumplir Aisha los nueve, según el testimonio de la propia Aisha y de Hisham. Semejante hecho no tendría mayor relevancia en ciertas culturas, pero resulta de trascendencia nada desdeñable para más de mil millones de seres humanos. Me explico. La Historia nos muestra que la edad de nupcialidad ha sido muy baja en ciertas culturas. Durante la Edad Medía, el derecho canónico permitía el matrimonio de una mujer a los doce años, pero con todo implicaba una conquista sobre la romana Ley de las Doce Tablas. La Reforma del siglo XVI, la Ilustración del siglo XVIII, las revoluciones liberales del siglo XIX y los avances en favor de la mujer en el siglo XX fueron modificando esa situación hasta el punto de que la edad para contraer matrimonio en la actualidad se ha alejado de la infancia y ha librado a las niñas de convertirse en esposas y madres más que prematuras. Ese avance –sinceramente no puedo verlo de otra manera– se está convirtiendo en un retroceso a pasos agigantados en el mundo islámico. La razón se encuentra precisamente en la concepción de Mahoma como el modelo de hombre perfecto cuyas mínimas acciones han de ser imitadas. Desaparecida la influencia colonizadora de naciones como Gran Bretaña, Francia o España y liquidada buena parte de la occidentalización impulsada por ciertas dictaduras brutales, pero ansiosas de modernizar sus naciones, la única salida que han visto no pocos es un regreso al Corán y a la tradición recogida en los hadizes. Talibanes y Boko Haram podrán llegar al extremo de perseguir a los que distribuyen vacunas –Nigeria está a punto de verse castigada de nuevo por la poliomielitis que se había visto casi erradicada desde inicios de siglo– pero otros se limitan a ser estrictos en su cumplimiento legalizando, por ejemplo, el matrimonio con niñas ya que consta que fue práctica de Mahoma con una de sus esposas más queridas. La noticia –no lo oculto– sobrecoge, pero sobrecoge más si cabe cuando se tiene en cuenta que el Gobierno iraquí tiene intención de legalizar el matrimonio con niñas. Es lógico dado el ejemplo de Mahoma, pero, con el corazón encogido, no puedo dejar de preguntarme: ¿para eso se derribó a Sadam Hussein?
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