Cristina López Schlichting
Para morirse
En el 98 ya había viejos aterrorizados en Bélgica. Hice allí un reportaje y comprobé que muchos jubilados se iban a las residencias holandesas para evitar la eutanasia belga. Visité a un moribundo calvinista que agonizaba en un «hospitium» con una sonrisa en la boca. Los «hospitium» nacieron como alternativa a los hospitales donde se aplicaba la eutanasia. Los que querían morir sin dolor, pero al ritmo natural, sin paralizantes musculares ni venenos, acudían y acuden a ellos porque no se fían del sistema público. Se debatía entonces en el país la eutanasia por razones psiquiátricas, que ya hace años que se aplica. Y en la asociación belga pro eutanasia me explicaron que el siguiente objetivo era el suicidio libre, de tal manera que las sustancias letales se vendiesen en las farmacias y la gente se pudiese quitar la vida sin dolor y sin consultar a nadie. Confesé mi perplejidad y el presidente de la sociedad fue tan amable de aclararme: «Es una crueldad que la gente tenga que arrojarse al paso de un tren o tirarse por la ventana; existen sustancias que garantizan un suicidio realmente bueno». En 2014 sigo sin entender lo de «suicidio realmente bueno», se conoce que soy muy cerrada. Baste este relato para ayudarles a situarse en el debate belga sobre eutanasia infantil. Según Francisco Alonso-Fernández, un agnóstico que preside la Asociación Europea de Psiquiatría Social, el ser humano está «estructuralmente hecho para la vida, por eso el deseo del thánatos, de la muerte, constituye un síntoma patológico». Este ansia es uno de los principales síntomas depresivos y, lo que es fundamental, tiene cura. Y no está reñido con la natural resignación ante la muerte inevitable y los cuidados paliativos. Sin embargo, dar por bueno el deseo de matarse ensombrece pavorosamente el horizonte vital de todos nosotros.
✕
Accede a tu cuenta para comentar