Estados Unidos
Paranoias S.A.
Las vacunas causan autismo. Bin Laden está vivo (y Elvis Presley, y Janis Joplin, y Jim Morrison). El 11-S fue organizado por la Administración Bush (y/o por los saudíes, Israel, Irán, etc.). El vuelo a la luna fue un montaje. Las pirámides las levantaron los marcianos. La NASA y/o el Pentágono mantienen contacto con civilizaciones extraterrestres. Dime un disparate y te entrego una teoría. Cuanto más enajenada , mejor. En la estación de la posverdad incluso disponemos de un presidente electo de los EE UU, Donald Trump, que considera que el cambio climático es una charada «made in China» o un contubernio de la comunidad científica; también espoleó la idea de que Obama no nació en EE UU y/o es musulmán y/o nunca estudió en Columbia y/o falsificó sus notas y/o alentó la creación del ISIS. En los días previos a las elecciones alertó sobre la posibilidad de un pucherazo. Cuando el FBI anunció que cerraba el caso de los emails de Hillary Clinton, denunció el contubernio; cuando, a tres semanas de votar, el director del FBI anunció que habían descubierto nuevos correos electrónicos, celebró su independencia; cuando cerró definitivamente el lance, lamentó su falta de autonomía. Ah, Trump también considera posible que las vacunas provoquen enfermedades mentales. A falta de pronunciarse respecto al paradero de Bin Laden, la «verdad» del 11-S, el alunizaje de Neil Armstrong y las teorías de Charles Darwin, hay que felicitarse. Pocas veces un líder político armonizó mejor sus paranoias con las de la gente. Normal que considerase como propio el triunfo del Brexit: Daniel Jolley, psicólogo de la Universidad de Stafforshire, y Karen Douglas y Aleksandra Cichocka, de la Universidad de Kent, publicaron el pasado junio un papel que relacionaba de forma abrumadora la creencia en conspiraciones y el Brexit: cuanto más apostara un individuo por explicar el mundo mediante conjuras, más posibilidades de que eligiera que el Reino Unido abandone la UE. El psicólogo Rob Brotherton, experto en conspiraciones y creador del blog «The psicology of conspiracy theories», ha publicado un libro importante: «Suspicious minds», donde recorre, y tritura, algunas conspiraciones esenciales. El cerebro está programado para reconocer patrones y atisbar un orden. Esta potente arma evolutiva puede, en ocasiones, jugar en contra nuestra, al buscar pautas en sucesos y acontecimientos que carecen de plan y timonel. Sucede, y el auge de internet ha multiplicado su pujanza. Lean si no la horripilante historia que publicaba el «New York Times» el otro día, cuando explicó que miles de personas con problemas psicóticos, convencidas de que existe una gigantesca conjura para seguirles y leer sus pensamientos, han comenzado a organizarse en distintos foros. «Para los pocos especialistas que han estudiado el fenómeno», escribía Mike McPhate, «se trata de una evolución alarmante en la historia de la enfermedad mental: miles de enfermos que exigen reconocimiento en base a sus paranoias compartidas, recaudan fondos, organizan campañas de sensibilización y defienden su causa ante los tribunales». A veces incluso votan, y de un tiempo a esta parte (Trump, Brexit, Cataluña) no hay quien les tosa.
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