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Phelps con pañales

La Razón
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Salió a nadar por sorpresa. En una prueba que no domina y en la que hacía cuatro años que no participaba. Hizo un tiempo supersónico, descomunal para un tipo de complexión anfibia, más apto para largas distancias y explosiones cocinadas a fuego lento. Michael Phelps, 31 años, 23 medallas olímpicas, 19 de oro, vuelve a Río desoyendo el consejo de tantos poetas, convencidos de que al lugar donde fuiste feliz es mejor no volver. Para qué, si sólo encontrarás cenizas. Comenzando por Maradona, a los ídolos les sienta mal el regreso: abandonar el territorio del mito y enfrentar tu pasado implica la posibilidad de revelar que eres mortal, que tu tiempo fue otro, que ya no ruges como el león de melena negra bajo la acacias y que los renacuajos te saltan a la chepa y mean sobre tus laureles. Sólo Michael Jordan en 1995 y Francis Ford Coppola con «El Padrino II» lograron que la segunda oportunidad superase en épica y gloria a la primera. Phelps ya no es el niño maravilla que deslumbraba al mundo entre portentos, ni el genio desorientado, incapaz de sobrevivir fuera del rectángulo lapislázuli. Fue detenido en dos ocasiones por conducir bolinga y en las dos dijo haber aprendido. ¿Le creíamos? Da igual. Restaba el consuelo de sus fogonazos en el agua, siguiendo un libreto que terminaba con el público boquiabierto y el héroe bajo una marejada de confeti. Comprendimos que quisiera dejarlo pero, igual que los toreros, volvió porque fuera del coso la vida es insípida y las pasiones se diluyen. Tampoco es cierto, como sostenía Francis Scott Fitzgerald, que beber ayude a que los otros sean más interesantes: al cabo de poco tiempo descubres que son los tontos de siempre y tú, un pelele con lengua de trapo. Phelps encontró serenidad y consuelo gracias a una morena deslenguada y fuerte, Nicole Johnson, con la que lleva desde el 2007 y con la que ha roto y vuelto varias veces, la última en 2012. Juntos tuvieron un hijo, Boomer, hace dos meses. El enano es ya la primera obsesión del hombre que, en el momento de escribir estas líneas, aventaja en 8 medallas de oro olímpicas a Mark Spitz y Matt Biondi y en 9 a Carl Lewis. Al final de los juegos serán más y a Phelps lo único que realmente le traerá de cráneo será el sueño de Boomer. Si respira, si come, si duerme. Decía el maestro Arturo Pérez Reverte, entrevistado por el gran Antonio Lucas, que el nacimiento de un hijo es la auténtica cornada que te da la vida. Antes eras indestructible, después te haces vulnerable. Descubres tarde el miedo y temes, como los galos, que el cielo caiga sobre tu cabeza y te la cruja. Phelps, cruce de delfín y escualo, encontró en un pequeño el motor para reengancharse a las olas. Sin abusar del sentimentalismo pasea por Río, la ciudad de Cartola, como algo mejor que un dios olímpico. Un hombre, abrazado a un bebé, le rompe la jeta al tiempo mientras calienta biberones.