Alfonso Ussía

Pinzas

La Razón
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La mano derecha de Rajoy –mejor escrito, la izquierda–, es o era Soraya Sáenz de Santamaría. Rajoy es un hombre a su manera, y Soraya una mujer a la suya. Tengo sabido que últimamente no se llevan bien, que hay peleítas, trifulquillas y celos mal reprimidos. Celos de poder, que no de amor, faltaría más.

Los hay que aseguran que el plan de Soraya no es otro que sustituir a Rajoy. Tiene en sus manos la herramienta más poderosa del Estado, el CNI. Resulta sospechoso que el partido más acosado por causas de corrupción haya sido el Popular. Sospechoso por cuanto el PSOE dobla o triplica en escándalos de corrupción a los populares, que nada tienen de santos y ejemplares, y espero ser bien interpretado. Nadie, durante la ya otoñal edad de nuestra democracia, ha tenido a su disposición, tan fervorosamente rendidos, a los medios de comunicación impresos y audiovisuales como los disfruta doña Soraya. Los palos para Rajoy y el jabón para la señora. Esa diferencia de trato, al final, cansa y agrieta las relaciones. En el PP se atreven a enfrentarse con Rajoy, que no es persona de respuestas rápidas ni reacciones contundentes. Pero ante Soraya, todos callan, porque ella sí maneja el tinglado, lo que rodea el tinglado y la panorámica del tinglado.

En las próximas elecciones nos jugamos la libertad de España. Nos jugamos la Constitución, el Estado de Derecho, la Corona y el futuro. Me taparé las narices, o me instalaré un imperdible en las fosas nasales y votaré al PP. Es probable que me arrepienta el 27 de junio, un día después. Pero prefiero arrepentirme con posterioridad que previamente. Podría votar al PSOE, pero Pedro Sánchez me lo impide. Y también a Ciudadanos, que me cae mucho más simpático que el PP, pero al que no intuyo del todo centrado. Puede ser un partido de futuro si el PP no cambia su rumbo y se mantiene en su arrogante antipatía. Rajoy no es antipático, es simplemente un hombre a su manera. Soraya, una mujer a la suya, me inspira tan escasa confianza como simpatía. Creo que a Rajoy aún le quedan ideales. Soraya no los tiene. Podía ser de cualquier partido y lo haría favorablemente para ella en todos. Si a Rajoy le anunciaran que Cataluña ha declarado unilateralmente su independencia, abandonaría precipitada y angustiosamente su despacho y le preguntaría al ordenanza de turno: –¿Qué hacemos? ¿Se le ocurre alguna idea?–. Lo que haría Soraya no lo puedo escribir, por tratarse de un peligroso juicio de valor. Pero ella manda. Es la que manda. Rajoy es el que figura, la cara amable, el gesto comprensivo, pero me temo que ha dejado de mandar en beneficio de la señora del poder.

El PP cuenta con una segunda fila joven y culta. Creo que haría bien en aprovechar sus talentos estancados. Pero esos talentos también harían bien en manifestarse valientes y decididos.

El gran pecado de Rajoy, su pasividad y su ignorancia ante los manejos corruptos de su partido –imperdonable desidia–, no lo cometerán los que surjan del silencioso segundo escalón. Esa indolencia es la que ha permitido el ascenso fulgurante del estalinismo esnob que nos amenaza a todos. Pero ella, que es el Poder con mayúscula, apenas es rozada por los suyos y los de enfrente, porque conocen la capacidad de sus reacciones. No obstante, ella no es la solución. Ella también ha sido cómplice de la desidia. Ella es la mujer mejor informada de España. Y ella, el día que Rajoy decida que España está por encima de los personalismos y deje paso al futuro, tendrá que dar el paso simultáneamente. No para heredar a Rajoy, sino para acompañarlo a los ámbitos del merecido descanso de la jubilación. Ya tengo las pinzas. A pesar de todo, me taparé las narices.