Alfonso Ussía

Pololos

La Razón
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En Podemos, donde abundan y se disfrutan tantas relaciones amorosas, las figuras del novio y la novia están terminantemente prohibidas por razones de antigüedad. Ser novio de alguien es de antiguo, y novia de un tío, equivale a un retraso conceptual en lo que se establece como pareja. Una feminista jamás será novia de un hombre, aunque tolere la acepción en el enamoramiento homosexual. Pareja de hecho, compañero, compañero sentimental, rollo, lío, y demás camuflajes semánticos para ocultar la evidencia del noviazgo.

Me hallaba en Chile, años atrás, cuando una hermosa mujer me reveló su intención de presentarme a su «pololo». Mi innata timidez pasó por momentos de confusión y desconcierto. En España, si una mujer te presenta los pololos no hace otra cosa que mostrarte la ropa interior de las bajuras, díganse bragas, brachers, cuquis, tangas e incluso calzones, éstos últimos en las féminas portadoras de descomunales culos. Ante mi sorpresa, cuando esperaba la exhibición de la lencería entrepernil de la bella chilena, apareció un pollo muy de «Country Club» del Hemisferio Sur que se llamaba Jonás. «Te presento a Jonás, mi pololo». Y respiré aliviado. Jonás me pareció simpático y educado, aunque de tener confianza con él, le habría recomendado despojarse de un «foulard» estampado anudado a su cuello sencillamente delictivo.

Pero se me quedó grabado lo del pololo y la polola. Jonás, con esa falta de pudor que caracteriza a los que se enamoran bajo el influjo de la Cruz del Sur –que no es una marca de cerveza sino una estrella–, se deshizo en elogios cuando se refirió a ella. «Es la polola más linda que he tenido». «Tu sí que eres el pololo más amoroso del mundo», le susurró ella mientras yo principiaba a sentir los síntomas de un ataque de alipori. Y el pololo y la polola se cobijaron en mi memoria.

La RAE, en su Diccionario de la Lengua Española –vigésimo tercera edición, la del tricentenario–, no deja espacio a la duda. Pololo, en su primera acepción, es el pantalón bombacho corto que sirve de ropa interior. Las tenistas llevan pololos, para nuestra común desgracia y melancolía. Pero pololo/polola en Chile y Bolivia «es la persona que mantiene con otra una relación afectiva menos formal que el noviazgo». Y también en Chile es un insecto coleóptero, de perforante zumbido.

Desde el más respetuoso academicismo, las parejas amantes de Podemos están compuestas por pololos y pololas, por su afán de huir de la relación formal del noviazgo. Tania Sánchez era la polola de Pablo Iglesias, hasta que su pololo decidió que Irene Montero era mejor polola que Tania. Íñigo Errejón es el pololo de Rita Maestre, bellísima polola con un huevo en la boca, y Espinar es pololo de las viviendas de protección oficial, porque no llega a habitar en ellas y las vende como si le hicieran cosquillas. ¿Son Ana Colau y Pisarello pololos? Echenique es pololo de Dominga, la aficionada a la minga, de acuerdo a su exquisito gusto poético. Kichi es el pololo de la polola Teresa, y cuando se besan en la boca en el Congreso de los Diputados, aunque sólo sea durante unos segundos, Pablo Iglesias y Domenech parecen pololos. La cúpula podemita es una reunión de pololos, pololetes y pololillos, aunque las pololas se quejan de que los pololos son unos machistas irredentos. Pero el amor triunfa, que es lo importante.

No me gusta el término «populista» para definir a los de Podemos. Trump, Le Pen, Grillo e Iglesias no son la misma cosa. Es más, no se parecen en nada y menos que nada los une. Los nuestros, los de aquí, son pololos. Y los pololos siempre se terminan enfadando unos con otros, lo cual no deja de ser divertido. Pololos resentidos, pero siempre pololos.