Elecciones

Populismos y segundas vueltas

La Razón
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Fue la palabra del año pasado y promete incrementar su protagonismo en el que acaba de arrancar. El «populismo» ya se ha confirmado como un «jinete del apocalipsis» que amenaza con volver a arrasar en Europa todo lo adyacente a la política convencional tal y como la venimos contemplando desde hace décadas. Ya no es anécdota. El triunfo del Brexit, la victoria de Trump o la extrema derecha a un paso de haber alcanzado el poder en Austria han puesto los pies en el suelo, de un lado a la demoscopia más renqueante que nunca y de otro a quienes se han venido mostrando confiados en que el descalabro del sentido común era a la larga un supuesto poco probable.

Salvado el caso español, que puede acabar situando –quién lo iba a decir– al PP de Rajoy como especie a no extinguir aunque mejorable y a pesar de los pesares si se compara con sus equivalentes europeos, este año nos va a brindar toda una prueba a propósito del peso real de los populismos. Las elecciones en Holanda pueden certificar lo que ya en Austria ha estado a punto de ocurrir y las de Alemania vaticinan un estirón del radicalismo frente al que Merkel siempre podría contar llegado el caso con el apoyo de los socialdemócratas, sin los complejos de sus homólogos españoles. Pero es sobre todo en Francia donde se va a librar la madre de todas las batallas. Es en nuestro relevante vecino donde una clase trabajadora muy castigada por la crisis y una opinión pública muy sensibilizada frente al terror yihadista, al que torticeramente se liga con el fenómeno de la inmigración pueden favorecer las expectativas de la extrema derecha.

Sería un error –uno más ateniéndonos a los precedentes – pensar que Marine Le Pen no puede ganar las presidenciales francesas, entre otras cosas porque su discurso es el original frente a la copia mucho más descafeinada que ofrece la derecha convencional y es aquí donde entra en juego un sistema electoral que como el francés, basado en la segunda vuelta, puede suponer una garantía y primer cortafuegos precisamente para evitar la llegada del populismo al poder. Esta modalidad electoral, barajada por cierto en nuestro país a la hora de contemplar en un futuro una manera más justa de acceso a los gobiernos municipales y elección de alcaldes –el proyecto duerme en algún cajón a la espera de contar con el consenso necesario–, es la única que en segunda vuelta podría poner pie en pared frente a la posibilidad de una llegada de Le Pen al Elíseo, con todo lo que ello conllevaría.

También en esto las cosas se viven de forma distinta en una política española para la que tal vez estos diez meses de provisionalidad no hayan sido tan negativos, sobre todo por unos acontecimientos que han terminado por poner a algunos actores en su sitio y han servido de «drenaje» para depurar algunas anomalías. Hoy el populismo –mal que le pese a Pablo Iglesias– tiene la careta un poco más levantada.