Alfonso Ussía
Por una peseta
Disfruto con las buenas tradiciones. Una gran nación se regala siempre el respeto al pasado. Hace un par de días, en el Cuartel General de la Armada, se reunió el Real Patronato del Museo Naval, presidido por el Rey Don Juan Carlos I para hacer entrega al marqués de Santa Cruz y del Viso de la peseta que recibe cada año por el arrendamiento a favor de la Armada Española del palacio del Viso del Marqués, donde se guarda el Archivo General de la Armada. Un gran palacio renacentista, construido en el siglo XVI por don Álvaro de Bazán, el héroe de la Batalla de Lepanto. «El marqués de Santa Cruz/ se hizo un palacio en El Viso,/ porque pudo y porque quiso». En 1949, la familia propietaria y el Museo Naval firmaron el contrato de alquiler. El palacio por una peseta. Y el Rey Padre le hizo entrega al actual Marqués de Santa Cruz de la peseta en cuestión, que no puede ser cualquier peseta. El Museo Naval está obligado a entregar una peseta de papel del año 1953 con el retrato impreso de don Álvaro de Bazán, el marino que construyó en El Viso un gran palacio, porque pudo y porque le salió de las narices alzarlo.
«He recibido del Museo Naval de Madrid la cantidad de UNA PESETA correspondiente al arrendamiento del Palacio del Marqués de Santa Cruz en el Viso del Marqués durante el año 2016, de acuerdo con el contrato firmado con la Armada el día 4 de febrero de 1949. Madrid, a 8 de noviembre de 2017. Álvaro Fernández Villaverde y de Silva. Marqués de Santa Cruz». Y en la esquina inferior derecha, la peseta. Eso es lo que hace un Grande de España. No como algún otro que todos tenemos instalado en el desprecio.
Allí, en El Viso del Marqués, la Armada custodia el Archivo General de la Marina, con más de 90.000 documentos. Los historiadores y estudiosos que lo visitan, se asombran ante esa gallarda chulería española de levantar un Palacio de esa envergadura en el tramo final de La Mancha, en esa Mancha que principia a moverse hacia arriba a la vera de Despeñaperros. Allí en la Venta de Cárdenas, sede de la siempre abarrotada «Casa Pepe», La Mancha le entrega el relevo a Andalucía con Las Navas de Tolosa a pocas leguas de allí. Las Navas de Tolosa y La Carolina, donde las tropas de Napoleón presentaron armas en homenaje a la belleza del primer paisaje andaluz. En tiempos de tribulación, bueno es recordar nuestros orgullos.
Camino de Andújar y su Sierra Morena, tan morena como la de Cárdenas, Santa Elena y la Carolina, por ahí paso con frecuencia, hacia el paraíso de Luis de la Peña. Pero de niño, acompañando a mi padre, dejé mi huella y mi cansancio en muchos campos de La Mancha, desde Manzanares a Almuradiel. La Fuente del Arca, la Mata, la Casa del Collado, Hoyuelos, el Toconar, Peñalajo, el Palomar... La casa de Fernando Frías en la Torre de Juan Abad, el último lugar en la tierra de don Francisco de Quevedo, el jodido estevado, el caballero de las espuelas de oro, el poeta portentoso amparado por el Duque de Osuna y encarcelado en las mazmorras gélidas de San Marcos de León por el cabrón del Conde-Duque de Olivares por sus versos alejandrinos a Felipe IV, el Rey de nuestros Siglos de Oro, el de la Literatura y el de la Pintura. En muchas ocasiones he visitado El Viso del Marqués, y siempre me he preguntado ante la fachada renacentista del gran palacio. – Y esto, ¿cómo es posible?–. Ahora me respondo, decenios más tarde: –Porque estamos en España. Esto es España. Un palacio grandioso levantado en las llanuras en las que Cervantes imaginó a Don Quijote.
Cerca de El Viso está Santa Cruz de Mudela, con su castillo de muy menor rango que el Palacio de don Álvaro de Bazán. Allí está el que fuera mejor campo perdicero de España, propiedad del Estado. En su libro sobre Mudela, el ingeniero y gran cazador Sánchez Valderrama que fue en tiempos del General Franco el director de la Encomienda, narra una anécdota divertida. Doña Carmen quiso conocer su vivienda. El salón era oscuro y Sánchez Valderrama lo alegró con almohadones –él escribe cojines–, de diferentes y chillones colores. –Para iluminar el salón, Señora, he adquirido estos cojoncetes–. Quiso decir «cojinetes», pero los nervios le llevaron a los cojoncetes. Doña Carmen calló. Y un día más tarde, en el segundo de la cacería, Franco se dirigió a él. –Ingeniero, me han contado que tiene usted una casa con unos cojoncetes preciosos–.
Pero de nuevo, salto atrás. Un acto sencillo y marino, y por lo tanto, grande y austero. La Historia de Nuestra Armada guardada en el Palacio del Marqués de Santa Cruz a cambio de una peseta de papel al año. Esa peseta nos hace a todos los españoles más grandes.
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