Cristina López Schlichting
«Poveda»
Nunca hubiese llamado «Poveda» a esta película, sencillamente porque muy poca gente sabe quién es el padre Poveda. Hace poco, el arzobispo Carlos Osoro tuvo que explicarle a la concejala de cultura de Madrid, que quería quitar su nombre de las calles, que Pedro Poveda ha sido reconocido por la UNESCO por su trabajo pedagógico y humanitario. La España de la Guerra Civil tendió una opaca cortina sobre sucesos fundamentales de nuestra cultura. No sólo sobre muchos exiliados e intelectuales de izquierdas, sino también sobre republicanos de derechas o pensadores católicos como éste, asesinado por anarquistas de la CNT. Sale ahora un filme que yo hubiese titulado «La mano tendida» o algo así, porque trae lo que tanto necesitamos en estos momentos, una figura capaz de hacer puentes entre odiadores. Tras los recientes espectáculos parlamentarios es más necesario que nunca recuperar a quienes no se obcecaron en la cerril afirmación de sus propias ideas. Pedro Poveda nació en Jaén en 1874 y vivió los años del gran debate educativo entre el modelo público y el privado, entre el laicismo y el catolicismo. Años de gran anticlericalismo también. Era el tiempo de la Institución Libre de Enseñanza, un establecimiento educativo privado laico fundado por el liberal Julián Sanz del Río para escapar al dirigismo de la Universidad Central de Madrid. La ILE desarrolló métodos pedagógicos innovadores y cautivó a Francisco Giner de los Ríos, Joaquín Costa, Clarín, Ortega y Gasset, Marañón, Ramón y Cajal o Machado. Poveda supo apreciar cuanto tenía de constructivo y desarrolló a su vez la Institución Católica de Enseñanza, no tanto para potenciar nuevas escuelas (que también), cuanto para formar maestras cristianas para la escuela pública. Es curioso que este curita no se enfrentó a la enseñanza estatal, sino que intentó que todos tuviesen un hueco en ella. Le movía, entre otras cosas, una enorme sensibilidad social, que había desarrollado en las cuevas de Guadix, con los más pobres. Pero semejante flexibilidad habría de costarle la vida en la radical España. Aquí somos de negro y blanco. No hacemos sino demostrarlo una y otra vez, y así nos va. A Poveda lo mataron en las tapias del cementerio de la Almudena unos ignorantes de la CNT, que lo acusaron de haber hecho mucho mal en el campo de la enseñanza. Cien años después de Poveda seguimos igual. Los partidarios de la escuela estatal obligatoria quieren impedir la libertad de enseñanza, los partidarios del laicismo creen que un maestro católico es un problema. Los de la escuela privada a rajatabla no creen en el valor de la enseñanza pública. Ni un paso adelante en tanto tiempo. Es importante ver «Poveda» e incorporar este nombre a nuestro imaginario. Personalmente, apenas sabía que era un sacerdote muy interesado en enseñar a los pobres. Ahora he descubierto sus interesantes ideas y esa flexibilidad para respetar los distintos modelos educativos y apostar por un catolicismo transversal. Pedro Poveda es un modelo para el tan necesario pacto educativo.
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