Julián Redondo
Preocupados
Rusia y Qatar progresaban con las obras de los fastuosos estadios que acogerán sus respectivos Mundiales sin prestar excesiva atención a las voces que alertaban sobre el tocomocho. Putin exhibió músculo económico y organización con los Juegos de Invierno en Sochi: provocaba nevadas si era preciso, como los chinos la lluvia en 2008, y los esquiadores se deslizaban en manga corta. Eso fue antes de meterse en Ucrania y de sembrar cizaña entre la población de la antigua república soviética. La apuesta ahora es el Mundial de Fútbol de 2018, que ha despertado las sospechas tanto de Estados Unidos como de Inglaterra, y la cuestión empieza a adoptar un tono político consecuencia de un mayúsculo escándalo deportivo patrocinado por la FIFA. No hay telón de acero, ni muro, pero aflora un añejo y rancio olor a guerra fría. El FBI ha tomado posiciones y, como la fiebre siga subiendo, la CIA y el MI6 van a alinearse en el conflicto, si no lo han hecho ya. La «Guerra del fútbol» de Kapuscinski será una anécdota comparada con lo que se viene encima. Si las muy avanzadas pesquisas demuestran que los «Blatter boy’s» podían jugar un partido en el patio de Alcatraz contra los chicos de Al Capone, la onda expansiva amenaza con llevarse por delante el sueño ruso, con sus cinco estadios remodelados y siete nuevos de encargo, y el oasis catarí, donde los petrodólares convertirían las fastuosas instalaciones del Mundial del desierto en el más moderno anuncio de aire acondicionado. Seguro que están preocupados.
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