José Luis Alvite

Pronosticar el pasado

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Cien «intelectuales» acaban de elaborar un manifiesto proclamando la urgencia de modificar la ley de partidos para salvar al sistema democrático del atasco en el que se encuentra a punto de pudrirse. Leído el manifiesto uno se percata de que para semejante recomendación no se necesita la firma de ningún intelectual, sino hacerle caso a lo que los ciudadanos demandan desde hace tiempo. La verdad es que no se entiende muy bien la razón por la cual la reclamación de los supuestos intelectuales se considera tan relevante. A fin de cuentas, los cien firmantes del manifiesto no dicen nada que resulte sorprendente, ni lo abordan de una manera minuciosa o profunda. En realidad no hacen otra cosa que constatar algo que es de dominio público y se limitan a tutelarlo con cierto oportunismo, como el meteorólogo que en mitad de un aguacero recomendase el uso de paraguas, igual que el estadista que a punto de decantarse la última batalla se dirige a las naciones beligerantes y las arenga sobre la conveniencia de evitar la guerra. Habría que preguntarse dónde estaban el meteorólogo, el estadista y el intelectual cuando eran necesarios y prefirieron callar. Desde luego ya es tarde para los autores del manifiesto, por la sencilla razón de que sus ideas ya habían calado en los ciudadanos antes de que ellos saliesen del amniótico silencio en el que permanecieron impasibles. Llegan tarde los supuestos intelectuales. Como tantas veces, los ciudadanos van por delante de los pensadores y son los que tienen la razón, aunque sólo sea por su envergadura algebraica. Y como suele ocurrir, su lentitud ha dejado fuera de lugar lo que podría haber sido su clarividencia. Tampoco es nueva la surrealista facilidad de nuestros «sabios» para pronosticar el pasado. Aquí todos sabemos que en España a los intelectuales no los necesitamos para prevenir las catástrofes, sino para explicarlas.