Ángela Vallvey
Propósitos
Ésta es mi lista de propósitos para el año nuevo: no dejarme arrastrar por la fatalidad, que es una especie de auto loco sin volante ni frenos que solo puede conducir a la desdicha. Fuera la gravedad, que pesa demasiado, y lo arrastra todo al fondo. Hasta lo más hondo. De una misma. De la vida. De lo que sea. Por el contrario: mirar siempre a lo alto. Lejos, arriba. A la cima. Ser como el Sol, que no se cansa nunca. Y menos ahora, con el infame cambio climático. No acopiar cosas muertas. Riquezas fenecidas. Cachivaches que nadie necesita, que producen el vano placer instantáneo de la adicción. Subidón, y luego para abajo. En picado hacia la nada. No acaparar nada material. Por el contrario: despojar mi casa y mi vida de trastos. Buscar, trabajar para conseguir intangibles, activos invisibles, de los que llenan el alma como quien se zampa unas migas espirituales y se queda ahíto. Intangibles de esos que hoy nadie valora porque no cotizan en bolsa, no se pueden comprar y vender, que son etéreos, mundos sutiles como pompas de jabón... Rechazar los impulsos destructores, que se parecen a los empujones en el Metro, en hora punta. Disfrutar de las posibilidades. Que se multiplican solo por cavilar sobre ellas. No decir tanto, y marcar muchos tantos. Leer libros maravillosos. Leer el mundo. Tener cuidado con las mentiras, no dejar que construyan el paisaje donde habito. Ser audaz. Casarme con la Luna. Construir un jardín para observar las estrellas. Releer a Rilke. No tapar el Sol con las manos. Practicar la alegría. Respetar la belleza. Cultivar el silencio como si fuese un campo de trigo delicado. No temer al fracaso, aunque solo el éxito sirva para ser aceptados en sociedad. Ir en dirección contraria de los que adoran el triunfo vacuo, el aplauso, el halago impostado; alejarme de quienes envidian y odian; escapar de la lisonja: esa «ná» entre dos platos, porque del éxito, como de la televisión basura, no se aprende nada. No idealizar tampoco el fracaso, que es una sarna que ensalzan quienes venden al ignorante la moto de un vacío conformismo. Aprender del desengaño. Sacar conclusiones del error. No destilar la amargura de la desilusión. No aderezar la vida con el extracto concentrado de la decepción. Recordar que estamos solos. Que ninguna moneda paga el tiempo. Y que amar es un milagro.
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