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Martín Prieto

Protocolo Excalibur

La constelación de sabios en protocolos sanitarios se asemeja, por su falibilidad, a los «Protocolos de los Sabios de Sion», y lo único que han ejecutado con éxito ha sido el protocolo del perro, mientras es indiscutible que se ha dado el primer contagio de ébola europeo gracias a improvisaciones, chapuzas, descoordinación y reproches mezquinos sin ápice de caridad a la última doliente. La gente es sabia y no ha cundido pánico o histeria, con excepción de dos televisoras entregadas al caldo gordo y el descerebramiento usual de las redes sociales. Los animalistas han expresado moderadamente sus criterios sin prevalecer lo cánido sobre lo humano, coincidiendo con científicos europeos quejosos de perder a Excalibur como cobaya. Se presupone que la auxiliar se infeccionó al quitarse el buzo. Cuando los astronautas regresan les rodea un centón de ingenieros, médicos, biólogos, inmunólogos, que les desnudan como bebés. La única neurosis es la de responsables gestionando con idiocia. Cuando el enfermo es infectocontagioso sin terapia se le inmoviliza donde esté. Otros países han rescatado connacionales, pero ello no anula normas ni el sentido común de los inmunólogos. Nos ha movido la solidaridad con expatriados, pero si tenemos otro paciente en el África Atlántica (que lo habrá) pensaremos dos veces enviar el avión. Junto a la sensatez recobrada del PSOE, ilusionistas políticos insisten en la dimisión de Ana Mato que tiene la misma culpa que el perro, aunque no especialistas bajo su mano que han perdido hasta el oremus. La ministra ha de cargar con este su peor problema, resolverlo, sellarlo y revisar los dichosos protocolos. Las Cortes dirimirán responsabilidades en una Sanidad que (como la Educación) nunca debió ser transferida por el Estado. Este drama mortuorio cuenta con tantos elementos esperpénticos que será conocido como protocolo Excalibur, cuando no hay noticia ni de que los lobos transmitan ébola a los bípedos implumes. Hemos brillado con el rancio y reaccionario refranero: «Muerto el perro se acabó la rabia».