Ely del Valle

Puesta en escena

Mientras el ciudadano Pujol pone a trabajar a sus abogados para que se dificulte la investigación sobre el origen del patrimonio familiar allende nuestras fronteras y medita si dará o no explicaciones en el Parlamento catalán, su hijo político se ha afanado por organizar una Diada de mucho ruido que eleve la moral independentista, hipotensa en el bochorno de este verano.

La excusa es perfecta: se cumplen tres siglos de la caída de Barcelona en la Guerra de Secesión, que es la fecha a la que se remiten quienes reivindican una nación catalana para intentar justificarla. Mas sabe que en esta ocasión se la juega con la puesta en escena y, sobre todo, con la imagen que se trasmita de los actos del 11 de septiembre. Necesita una participación multitudinaria porque poco se puede esperar de un estreno largamente anunciado si el ensayo general es un fracaso.

Y para asegurarse el tiro, ha optado por acentuar –¿aún más?– los guiños al nacionalismo radical que anda un tanto mosqueado por la posible espantada del Gobierno de la Generalitat, dispuesto, por lo visto a convocar la consulta secesionista para dar después marcha atrás y optar por unas elecciones anticipadas si como es previsible, el Tribunal Constitucional la paraliza. Mas es consciente de que lo que ocurra en la Diada se va a analizar con lupa dentro y fuera de España; y en ese juego de malabares que se trae entre manos para mantener en el aire expectativas cada vez menos viables, la visualización de que Cataluña está con él, pase lo que pase, es fundamental. El problema es que sólo tendrá cuatro días para rentabilizarlo, porque a partir de ahí será la imagen del primogénito de los Pujol entrando en un juzgado para dar explicaciones sobre el desvío de 32 millones de euros, y no la Diada, la que acapare titulares.