Bruselas
Puigdemont sale caro
Los periodistas, fotógrafos y cámaras españoles estuvieron en alerta con las primeras luces del martes sobre Bruselas. Carles Puigdemont echaba el día en la capital belga, pero evitó dar a los medios la codiciada imagen de su soledad hasta que llegó el momento de celebrar junto a Oriol Junqueras y Raül Romeva su conferencia sobre el cansino referéndum. La «guardia de corps» del president desplegó alrededor suyo un cerco de hielo con la excusa de la necesidad de preparar una cita para cuya promoción en diarios internacionales como «The Financial Times» o «Le Monde» y en los periódicos belgas se han gastado la friolera de 127.000 euros. Y todo para tratar de llenar, sin éxito, un aforo de 350 personas. Ni el intensivo «mailing» promovido por los eurodiputados Jordi Solé y Josep María Terricabras de ERC y Ramón Tremosa del PDCat con el encabezado «High profile conference» (conferencia de alto nivel), conmovió a posibles partidarios de la causa independentista en otras latitudes. Y ello supuso un duro varapalo para Puigdemont y compañía. El gentío, el bullicio, la multitud estuvo en otros lugares. A destacar, la convocatoria del presidente de la Eurocámara, Antonio Tajani, a una recepción con todos los cuerpos diplomáticos de la UE. El encuentro, por cierto, estaba previsto desde diciembre, pero ello no ha impedido a los nacionalistas desplegar su manido victimismo.
Ante tales circunstancias, desde el Gobierno autonómico se insistió antes de iniciar la visita en que el Molt Honorable descartaba reunirse con representantes de la Comisión Europea. Lo cierto es que se obvió contacto alguno a nivel de gabinetes ante el temor de recibir portazos tan claros y rotundos como los recibidos en anteriores ocasiones. Cataluña es España, por lo que el único interlocutor válido con la Comisión es el Gobierno de Mariano Rajoy. A Puigdemont y su corte siempre les quedaría una foto agarrados efusivamente al codo de cualquier funcionario comunitario. El presidente de la Generalitat, en su viaje a ninguna parte, tropezó con Bruselas. Carles Puigdemont jamás soñó llegar tan alto, ni Cataluña en su mano caer tan bajo.
Y es que, a pesar de las declaraciones altisonantes sobre la unidad indestructible del secesionismo, Puigdemont, imbuido en una espiral de fabulaciones sobre su «revolución tranquila» frente «al trato hiriente del Estado», evidenció su patinazo como representante máximo de la Generalitat que pretende ser tomado en serio no sólo en España, también fuera de nuestras fronteras. Así de irracional resulta todo lo que rodea el «proceso»: una fantasía alejada de los intereses y preocupaciones de los catalanes y llamada a estrellarse una y otra vez contra la realidad.
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