Alfonso Ussía

Pura lógica

La Razón
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Para hacerme el original entre mis amigos, al cumplir los 18 años no me examiné para obtener el carné de conducir. Lo hice a los 25, y con alta nota. No obstante, sin carné en la cartera, y como premio a mi bondad filial, pedí a los Reyes Magos que me trajeran un «Seiscientos». Había sabido poco antes que los Reyes Magos eran mis padres, y mi madre, mujer muy inteligente y lógica, aprovechando un momento de descuido por mi parte, me preguntó: –¿Para qué quieres un “Seiscientos” si no tienes el carné de conducir?–. No fui capaz de responder con argumentos estimables y opté por el silencio.

En el apasionante libro «Quebrantos y Destrozos de la Guerra contra el Zulú», Mauritius Robinson, capitán del Ejército británico, narra su triste experiencia. «Por cada soldado de Su Majestad había mil zulúes, más o menos. Y uno de ellos clavó su lanza en mis partes, dejándome sin ellas. Toda mi virilidad quedó desparramada en la llanura de Ulundi. Milagrosamente sobreviví y fui repatriado. En el Hospital Militar de Nothingham conocí a un ángel. Una enfermera que me cuidó y animó hasta extremos insuperables. Dorothy Packson. Entró en mi corazón y en mi alma, y una tarde le reconocí mi amor. –Dorothy, eres la mujer de mi vida. ¿Te casarías conmigo?–. Y ella aplicó la pura lógica. –En condiciones normales, no lo dudaría. Pero en las tuyas, no, mi amor. ¿Cómo casarme con un hombre que no tiene con qué?–.

El escritor Grover Whalen tenía un concepto muy original de la elegancia. Uno de sus personajes, Pit Hoonkey «entró en el bar del club elegantemente vestido con una chaqueta naranja y unos pantalones morados, causando una agradable impresión en el resto de los socios». Whalen no fue un escritor de éxito arrollador, y decidió invertir lo poco que le quedaba en el banco en una tienda de ropa masculina. Se lo planteó a su amigo millonario Robert Solomon-Gallat en el bar del «Brooks». Y Solomon-Gallat, guiado por la pura lógica, rechazó la oferta de este modo: –Grovy, me pides que invierta una buena cantidad de libras en una tienda de ropa masculina. Y lo haces vestido con una chaqueta azul celeste, una camisa negra, unos pantalones carmesíes, calcetines blancos y un lazo de corbata verde con dos pequeños dragones estampados en los extremos de las alas–. Grover Whalen comprendió a la perfección el mensaje de pura lógica de su amigo millonario y fallido socio.

Artur Mas lleva decenios inmerso en el sistema del tres por ciento. Ha sido el hombre de confianza de la familia Pujol. Ha derrochado el dinero de los catalanes y del resto de los españoles organizando toda suerte de multitudinarias orgías independentistas. Se ha gastado millones de euros en abrir embajadas que no son embajadas y que por lo tanto, no sirven absolutamente para nada. Ahora, en un arrebato de desfachatez clamorosa, le pide al Gobierno de la nación de la que se quiere separar 2.300 millones de euros que no le corresponden y que ha tirado previamente en beneficio de lo imposible. No entro si con el 3% en su bolsillo, en el de otros o en las cuentas de los de más allá, porque eso corresponderá en su momento ser analizado por los jueces. Mas ha colaborado ardiente, afanosamente y con meticulosa habilidad en la ruina de Cataluña. Y todavía, a estas alturas, nadie se ha atrevido a visitarlo para formularle, con todo el cariño y el sosiego posibles, la pregunta que sigue: –Artur, mi cielo, ¿Cómo puedes pretender la independencia de Cataluña si no tienes dinero para pagar a las farmacias?–.

Y reparen en que es pregunta sencilla, de pura lógica.