Artistas

Qué no daría yo

La Razón
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Hay artistas a los que se le consumió el prestigio porque los que le sucedieron vivos hicieron de gusanos de sus cadáveres. Para empezar, es difícil pasar al súmum mediático cuando tu hija se sigue llamando Rociito o Gloria Camila. Los mitos de la música se construyen sobre tragedias alcohólicas o descensos al infierno yonqui, que no es el caso. Amy Winehouse falleció a tiempo de no ser un remedo de su propio tormento, los espectadores iban a sus últimos conciertos no a oír el dolor de su garganta sino el humor que les provocaba que se diera de bruces en el escenario, más bourbon que sangre en las venas y sin rastro de comida en las tripas.

Hace diez años que murió Rocío Jurado, más grande aún que la cantante de «Rehab», y lo que pervive es el rastro felliniano de su parentela en «Sálvame», a lo «Ginger y Fred», las peleas por un museo que no desemboca en Chipiona, convertido en el imaginario más que en un pueblo en una cuna, y una batalla folclórica que se libra en el couché entre indeseados e indeseables. La televisión la ha convertido en carroña de hienas y en balada triste de chirigota.

Es hora de redimirla de pecados ajenos y de parodias como de travesti radical y un kilo de laca postiza. El flamenco de Rocío Jurado encogía la emoción hasta las lágrimas aunque cantara por alegrías. Pocos recuerdan que esta Billie Hollyday del sur, a la que tragó su portento la vida de los otros, era capaz de vomitar una daga a lo Camarón, el Papa de los gitanos que descansa con los justos y los héroes payos en el cementerio de la Isla en un mausoleo que parece un paso de Semana Santa a punto de abrir el cortejo del Nazareno.

La Jurado es una desconocida salvo para los seguidores de «Supervivientes» en un país inculto en la copla y en lo jondo, masacrado en un flamenquito que canta al tran tran su descarriada insignificancia. A cada nuevo grupo que sale a un ángel se le pierde un ala. Como ocurre con el genio de San Fernando en lo masculino, no ha nacido hembra que ponga una canción popular tan en celo. Parecía sudor atávico.

El chisme y la parodia sepultaron un arte que agoniza y del que ella era guardiana de su oráculo. Escuchen: «Qué no daría yo por empezar de nuevo/ a pasear por la arena de esa playa blanca,/ qué no daría yo por escuchar de nuevo/ y esa niña que llega tarde a casa/ y escuchar ese grito de mi mare/ pregonando mi nombre en la ventana/ mientras yo deshojaba primavera/ por la calle mayor y por la plaza».

Una bulería de gloria bendita que bien vale diez años en el purgatorio flamenco donde ya no se la ve pero se la escucha, acallado el rumor, los lugares comunes y los apelativos de carril que ignoraban el quejido de un talento sufriente siempre en éxtasis como de saeta erótica. No hay nada preparado para la efeméride. A las discográficas no les debe parecer negocio y el oficialismo anda preocupado en no dar el cante más que en difundirlo. El flamenco y la copla no tiene quien le palme. Todo es mediocridad sin sentimiento.