Alfonso Merlos

¡Que vienen!

El espacio electoral que ocupe Podemos está ya perfectamente tasado. Pero esta asamblea pretenciosa y que en parte ha resultado un pinchazo por su floja capacidad de convocatoria lo ha terminado de enfocar y subrayar. Será exactamente el que dejen libre los ciudadanos que no creen en las soluciones fáciles a los problemas difíciles, ni en la santería pseudobolivariana, ni en la demagogia de sabor marxista... Ni en tantas otras muletas que el partido del mesías Iglesias está colocando para que embistan los compatriotas más tocados por la desesperación. Pero algo positivo ha dejado este fallido baño de masas, este gatillazo chavista. Estamos avisados. Vienen dispuestos a arrollar, asaltar el poder, rechazar consensos con otras formaciones de izquierda o extremistas, carcomer el sistema no acabando con sus vicios y podredumbres –algo que todos deseamos– sino impregnándolo de formas de gobierno más propias de países de latitudes caribeñas o ecuatorianas que de Estados asentados en el corazón moderno de la vieja Europa.

No. Este fenómeno no tiene por qué estar llamado a extenderse como una mancha de aceite por toda España. Perfectamente puede tener arrancada de caballo y parada de burro. Siempre y cuando sea frenado democráticamente por los españoles que, incluso decepcionados por ciertos comportamientos de los partidos políticos tradicionales, sepan darles la ocasión de enmendar sus errores, acabar con sus desvaríos, finiquitar sus privilegios, llevarles por la senda del interés general.

Lo opuesto, echarnos en brazos de la fiebre roja saliente de este renacido espíritu de Vistalegre, seguir inflando este globo de demagogia, apostar por el experimentalismo de Monedero y la ingeniería social de su cuadrilla dejaría en poco tiempo una España varada y lanzando una agonizante llamada de socorro. Pero eso no va a pasar.