Alfonso Merlos
¿Quién lo dudaba?
No es lo peor tropezar con una piedra sino encariñarse con ella. Y en el caso de la Audiencia Nacional no estamos ante un traspié que beneficia a un execrable etarra, sino ante la enésima ocasión en la que una decisión precipitada, errónea o discutible significa un impulso o una victoria para los asesinos y sus cómplices.
En este caso se trata de una fuga evitable. Porque es de un riesgo suicida poner en libertad durante unas semanas a un pistolero que no ha pedido perdón, ni se ha arrepentido de sus tentativas de crimen, ni se ha desvinculado de una macabra organización, ni ha colaborado con la Justicia. Y aún así se hizo. ¿Por qué? Y lo peor, por parte de un tribunal al que se supone un grado de especialización alto en la persecución de delitos de terrorismo.
Pero, ¿esto qué es? Esto, a efectos de la lucha pendiente contra ETA es un retroceso. A efectos de la impresión que le queda a la opinión pública del funcionamiento de la Justicia es un insulto, un escándalo, un escarnio. A efectos del cuerpo que se le queda a las víctimas de estas sanguijuelas es un mazazo, que por si fuera poco llega en un aniversario –el del 11-M– lleno de amargura y recuerdos y dolor, y en el que se revuelven algo más que las tripas.
El pájaro ha escapado de la jaula. Cazarlo dentro de España quizá sea lo más complicado. Si burla nuestro control de fronteras lo hará rumbo a Venezuela. No hay otra madriguera en el mundo que abrigue mejor a encapuchados de la estirpe de Alberto Plazaola, a roedores –ahora metidos a licoreros– que como De Juana también nos la colaron.
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