Julián Cabrera

Rapiña

Han bastado horas para comprobar, ante el anuncio de abdicación del Rey, cómo se retrataban algunos dirigentes políticos. Sólo apuntaré tres nombres por significativos: Artur Mas, al que faltó tiempo para aprovechar la coyuntura poniendo en cuestión la salud institucional. Cayo Lara, abriendo un legítimo pero inoportuno debate sobre la vuelta a la república –el líder de IU por cierto lo que no se plantea son relevos generacionales al frente de su coalición, ni siquiera visto el fenómeno Pablo Iglesias–. Finalmente, Pérez Rubalcaba, que se marcha dejando un PSOE hecho zorros en contrate con un servicio de responsabilidad y lealtad institucional y una altura de miras que será clave en el relevo en la jefatura del Estado.

Que partidos políticos con representación institucional como IU, ERC, ahora Podemos y algunos otros pidan replantear el modelo de Estado y la disyuntiva monarquía-república puede ser legítimo, nada que objetar. Pero que se caliente la calle, que se fomenten magmas pre revolucionarios, que se recupere el discurso revanchista que no supo digerir la Transición es cuando menos más que lamentable.

Desde la mayoría que sí reconocemos el papel del mejor rey de nuestra historia en el mayor periodo de prosperidad democrática sería bueno no olvidar factores de peso que engrandecen la altura de miras de don Juan Carlos: una necesaria irrupción de juventud y preparación para recuperar la imagen tocada de ala en la vida pública, el toque de atención de las urnas a los grandes partidos, el nuevo marco de relación ciudadana con las instituciones –no hay más que ver el debate participativo en el PSOE–, o el órdago soberanista catalán son nuevos retos y nuevos escenarios para los que no podemos estar en mejores manos que las de Felipe VI. Guste o no a la rapiña.