Alfonso Ussía
Raticida en el Ritz
Los tiempos han cambiado. El Hotel Ritz de Madrid, su templo del señorío, no admitía en los años cincuenta reservas de actores de cine. Paul Newman se tuvo que alojar en el vecino Hotel Palace. Hasta muy pocos años atrás, a ningún varón se le ocurría entrar en los salones, el bar o el restaurante del Ritz sin chaqueta y corbata. Y el restaurante, como la terraza en primavera y verano, no parecía de hotel. Ofrecía una carta tradicional de buena cocina. Su cocido madrileño, por ejemplo, era de los mejores de la Capital del Reino, sólo comparable al jamás superado de Real Nuevo Club. A 50 kilómetros de Madrid se ofrece otro cocido extraordinario, a dos pasos del Monasterio del Escorial, en el restaurante «El Charolés», que después de la Octava Maravilla del Mundo es el orgullo gastronómico del Real Sitio.
Exagerada e injusta la medida contra los actores de cine. Se solventó el problema. Entrar en el Ritz, para un madrileño activo, es como llegar a casa. A una casa mejor que la suya, por supuesto. El personal parecía que no envejecía, y eran los mismos un año tras otro. Se trataba del único establecimiento de lujo en España en el que los clientes varones jamás eran tratados de «caballeros». Se les aplicaba el don anterior al nombre o la cortesía de «señor». Lo del «caballero» es muy fuerte.– ¿Qué desea tomar el caballero?–; –Una ginebra con tónica, una cerveza fría para mi escudero, y al caballo, por favor, un cubo de agua del tiempo–.
El Ritz sigue siendo uno de los grandes hoteles de Europa, aunque el restaurante haya tomado el rumbo de «la Cocina de Autor», que es rumbo errado. Y ya no se exige la chaqueta y la corbata para posar el antifonario en los salones o en el bar. El viejo vestuario del personal también ha cambiado para peor, y tengo por sabido que el Ritz pertenece a un grupo chino. Sigue siendo lo que fue sin ser lo que ha sido siempre.
Y más aún, al conocer que durante dos semanas han sido admitidos y alojados los hijos de la «Primera Combatiente Bolivariana», la mujer del criminal Nicolás Maduro. Por garantía económica es lógico que sus presencias hayan sido toleradas. La madre de esos niños ha robado, al amparo de su marido, miles de millones de dólares a los venezolanos. Por ética, al contrario, el antiguo Ritz jamás habría aceptado la reserva y estancia en su recinto de tan siniestra pareja de sinvergüenzas, capaces de dilapidar 50.000 euros mientras sus compatriotas se mueren de hambre y más de un centenar de ellos han sido asesinados por órdenes de su «papá». Ayer era el protagonista el Ferrari del hijo de Lula, y hoy las vacaciones de lujo de los hijos de Cilia Flores, la barragana del gorila, Walter y Yoswal Gavidia Flores. Urge la inmediata desratización del símbolo del señorío madrileño.
Amparados en sus rostros poco conocidos, los Gavidia Flores han dormido en las camas con sábanas de hilo del Ritz, mientras un centenar de venezolanos eran enterrados con sus cuerpos horadados por las balas de los sicarios de «papá». Amparados en sus rostros poco conocidos, los hijos de la ladrona han disfrutado de un maravilloso cuarto de baño mientras los venezolanos no pueden comprar rollos de papel higiénico, entre otros motivos, porque no los hay. Amparados en sus rostros poco conocidos, los Gavidia Flores han comido y cenado en los mejores restaurantes de Madrid mientras los venezolanos no llenaban en sus casas ni medio cuenco de arroz caducado. Amparados en sus rostros poco conocidos, los hijos de la cómplice de los crímenes y la represión de «papá» calentaban sus tarjetas de crédito en los comercios más distinguidos y caros de la Milla de Oro de Madrid, mientras sus compatriotas caían muertos y heridos por recuperar la libertad en Venezuela.
Urge el inmediato proceso de limpieza y desratización del Ritz de Madrid, y lo escribo abochornado por la decepción y la tristeza.
Tiene que ser ya.
Y lo mismo a la furgoneta de lujo –1.200 euros cada día–, que ha transportado durante dos semanas a esos forajidos y bandidos insensibles hacia los mejores rincones de Madrid.
Los tiempos, las costumbres y las exigencias cambian con los años. Pero no tanto . Que el Ritz de Madrid permita la estancia de esa gentuza entre sus paredes nos avergüenza a quienes hemos tenido la fortuna de frecuentarlo para tomar una copa o disfrutar de su antigua carta.
Estos chinos, terminan por joderlo todo.
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