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Los imagino al tanto del niño que saltó al foso de los gorilas en el Zoo de Cincinnati, donde los cuidadores dispararon a un gorila macho ante la posibilidad de que hiriese al crío. De la polémica, la tontería ambiente, las juergas animalistas y los psicópatas que eligen a un primate de espalda plateada antes que a un humano. Al otro lado del mundo, en el oeste de Australia, una mujer ha fallecido víctima del ataque de un tiburón blanco. Hablamos del segundo embate mortal en la zona en una semana. Aquí, de nuevo, reina el ajetreo demagógico, aunque en sentido contrario: las autoridades ya han comenzado a liquidar escualos. Una algazara inútil, entre la profilaxis abracadabra y una hipotética justicia descargada sobre los peces, mientras los cocoteros, los rayos e incluso las máquinas de refrescos, no digamos ya las bicicletas, la horterada del esquí y los perros, matan cada año mucha, muchísima más gente que los tiburones. En el caso del gorila contemplamos las evoluciones de una turba que pasa del crío; en el de los tiburones a unos políticos en modo sheriff: cualquier cosa menos explicar que se trata de animales nómadas, con lo que el agresor ya nada a cientos de kilómetros, y que la única forma de protección 100% garantizada frente al carcharodon carcharias consiste en evitar el agua. No funcionaría, claro. El respetable cree posible hacer el indio, verbigracia bucear a cientos de metros de la orilla en un mar habitado por grandes tiburones, mientras exige regular sus correrías como quien ajusta el tic tac del cuco. Todos, los frívolos que cantan la balada gorila y los que aspiran a regular el ritmo oceánico mientras ignoran cuanto sucede bajo las olas, sitúan con letal precisión el punto donde debatimos la defensa del medio ambiente y la protección del personal. Por decirlo suave, en el lodo y/o agitado por payasos. Si no me creen lean las jeremiadas respecto al cambio climático, superpobladas de mentes dignas de mejores ridículos, con las hordas «nick» enmendando la plana a la comunidad científica. O los comentarios de quienes celebran las cabezas cortadas de lobos. O a los que brindan cuando el toro siega la femoral del torero. Unos y sus opositores unidos por un analfabetismo panorámico, discuten sobre la naturaleza, las emisiones de CO2, la tauromaquia y/o los grandes depredadores con la laxa vacuidad de aquel que acodado en la barra diserta respecto a la Eurocopa. Alguien les susurró que cualquier opinión vale, más allá del porcentaje de inconsciencia, idiotez o incultura que la anime. Ahí los tienen, firma que te firma peticiones para quitarle la custodia a los padres del niño de Cincinnati o jaleando que arrasen la costa. Yo, en fin, prefiero acudir a David Attenborough, Stephen Jay Gould o E. O. Wilson, Richard Dawkins, Frans de Waal, pero también comprendo que soy un fósil. Si lavorare stanca (Pavese), leer más y estudiar ni les cuento. Malos tiempos para la inteligencia; formidables para el rebuzno.