Historia
Recursos humanos
No hace tanto tiempo las empresas tenían en su organigrama una jefatura de personal, pero a los incipientes políticamente correctos aquello les sonaba a cómitre de galeras e introdujeron con calzador la nominación de recursos humanos, que embellece el envoltorio de un mismo contenido, porque los trabajadores siguen siendo un recurso indispensable, aunque no todas las empresas los consideran de tal calidad y hasta las mujeres continúan siendo el proletariado del hombre ante el fracaso de la ideología de género. Pero se da una disfunción en el trabajo retratada por la pedagoga francesa del XIX Madame de Genlis: «Se exige demasiada capacidad para los empleos modestos y demasiada poca para los importantes». Ayer mismo, los anuncios de un periódico solicitaban un jardinero con dominio del inglés hablado y escrito. Lo requerirá el embajador de Su Majestad británica. Bastante antes de nuestras primeras elecciones se habían inscrito 111 partidos, de los que acabaron legalizándose 78, cuando aún ni sospechábamos que emergería el bipartidismo hoy tan prematuramente mal enterrado. Hablábamos de la sopa de letras o de siglas entre las que sobrenadaban variopintos partidos socialistas y otros tantos comunistas, localismos que llegaban a la Asociación Independiente de Santa Úrsula o el Partido de El Bierzo y alianzas como la Junta Democrática y la Plataforma Democrática, luego Platajunta. La torre de Babel se elevaba sobre un páramo y lo más dificultoso no fue la necesidad de dinero, sino la ausencia de recursos humanos. Perillanes sin dos letras se afiliaron en masa a los partidos convertidos en insólitas fuentes de empleo, en procura de su afán personal, formándose una clase política sobre una capa freática de ganapanes que se ha ido depurando pero que pervive. Por algo tantos socialistas llaman a Ferraz «La empresa» sin haber pisado jamás ninguna. El ex ministro José Luis Corcuera, oficial electricista con muchas horas de trabajo, se preguntaba recién por la sorprendente vida laboral del Comité Federal y sugiriendo la exigencia de tantos años de trabajo por cuenta ajena para acceder a cargos partidarios. Gran idea, como la de suprimir las «juventudes», vivero de oportunismos a medio plazo y pequeños Nicolás. De Susana Díaz lo escribo como elogio, pero tardar once años en cursar Derecho también supone una entrega total al funcionariado del partido. Los mejores recursos humanos no están en las cúpulas partidarias, autodefendidas como blocaos, sino fuera de este espacio cojo de mezquindad, sectarismo y fulanismo.
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