Cataluña

Revolución, sí, pero baratita

La Razón
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La españolidad de nuestros separatistas centrífugos es, históricamente, tan incuestionable como enternecedora. Los más jóvenes han olvidado que el batasuno Jon Idígoras, un cafre con permanente expresión de estreñido que espantaba con su bigotazo y su mirada fiera, fue torero anunciado como Chiquito de Amorebieta en las principales plazas del Norte de España y el Sur de Francia. Por esos años en los que el sicario etarra trataba de esconder su vergonzante pasado de lidiador –sin google la impostura era más sencilla–, un joven secretario de Hacienda, Pepe Borrell, aprovechó la popularidad de doña María Dolores Flores Ruiz para anunciar un nuevo y voraz tiempo en la exacción fiscal: la Agencia Tributaria se ensañó con la Faraona, a la que sentó en el banquillo con cárcel en el horizonte, por una deuda inferior a cuarenta millones, cantidad que afiló el ingenio de la artista jerezana: «Si cada español pone una peseta, me libro». Pues nada menos que por Lola de España se ha arrancado Artur, anteayer Arturo, Mas, quien pretende que sus paisanos paguen a escote una multa que le ha sido infligida. ¿Es concebible gesto más rojigualda? Para acentuar su carácter carpetovetónico, añade el gorrón rasgos de la literatura picaresca, el género español por excelencia, como esos fondos distraídos en su día en Liechtenstein o su abnegado servicio al clan Pujol, que ha sacado de Cataluña en bolsas de basura billetes suficientes... pa’ asar una vaca, diríamos aquí y allí. Al final, todo este rollo se reducirá al tópico del catalán que se arredra a la hora de sacar la cartera, unos revolucionarios de pacotilla que ni siquiera están dispuestos a jugarse la nómina en la construcción de su país. Entre independencia y piso en la playa, éstos lo tienen claro.